El viernes pasado fui al circo y me quedé con la misma sensación que describe PJ Harvey: Is there all there is to the Circus?
Bueno, tal vez mienta un poco para cumplirme el capricho de citarla, porque en realidad la pregunta que tenía presente desde la primera hora fue: ¿hasta cuándo durará esto?
No es que no fuera divertido, lo fue de alguna manera: las mayas revelando pocas sorpresas, los payasos mostrando a su homónimo sonorense (quedó comprobadísimo el pésimo gusto para vestir del ídem y los estragos que deja la dieta local a base de tortilla de harina y carne asada), los trapecios sin red pero con hilos, los animales con una evidente falta de acondicionador Sedal, el maestro de ceremonias oligofrénico y ostentosamente queer, la contorsionista glamorosa, los tijeretazos de las trapecistas, la teibolera del aire, la magia chafa cuyo encanto está en su autocomplacencia y las plumas, las pendejuelas y los canputillos, los numeritos ala corus line, las bailarinas imitando torpemente al show travesti, el espectáculo retro-futurista y un largo y caro etcétera (diet coke, 25 pesos: ¡mejor tráigame una cuba-libre!).
Hubiera estado mejor si me hubiera dejado llevar por la fantasía en lugar de buscar el pasadizo oculto en la tramoya donde iban a parar los después desaparecidos personajes dentro de una caja desarmable, pero esa inocencia cuando se va no regresa (cuando menos no en esta clase de menesteres).
La última vez que fui al circo era niño y no recuerdo tratar de adivinar los genitales de los trapecistas, pero sí me recuerdo fascinado por la agilidad de sus cuerpos (saliendo de ahí nos fuimos a la plaza a ensayar las maromas e hice el primer split de mi vida), la vistosidad de los trajes, la valentía de los domadores y la gracia de las bailarinas. Sin embargo, ese olor a melancolía que me llegó entonces no lo sentí esta vez, como si esa magia decadente de los circos de mi niñez se hubiera evaporado en el aire, dando paso a un calculado glamour Las Vegas wanna be, un espectáculo frío cuyo color era un artificio que resaltaba mejor los colores de la vida, que es un mucho mejor circo.
4 comentarios:
Bue... cuando uno es niño, cualquier cosa nos parece fabuloso.
Yo de chica tambien iba al besiboll y no me fijaba en el culo de los jugadores.
Cualquier cosa como las nalgas de los jugadores de beisbol, claro: cuando uno es niño y después.
No me imaginaría a un manuel emocionado con el Circo Thiany, Tihany o como sea... No hay reunión a la que no haya ido últimamente donde no se hable de cada acto de magia -con su respectiva teoría del trasfondo del truco-, cada contorsión y cada chiste de este circo. Se nota que Hermosillo no da pa más. ¡SÁQUENME DE AQUÍ!
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