Todos sabemos que la homosexualidad es una lacra social, un error de la naturaleza, una aberración. Así que si quiere que sus hijos sean ciudadanos ejemplares y derechos (sic) primero -y antes que nada- cuando su hijo varón ya camine y sepa decir NO, asegúrese de que sea una palabra que utilice estratégicamente y a conveniencia familiar y social.
Si usted es muy creyente y a huevo quiere bautizar al escuincle, por San Martín de Porres, no le ponga ropón blanco (¿travestismo precoz?), que para echarle un chorro de divinidad un overol de mezclilla será más que apropiado. Lo peor que puede pasar es que resulte el Nuevo Chico Ché (y mira que la música tropical lo anda necesitando).
Mientras más crezca el chamaco, menos caricias necesita y más coscorrones. Y si llora, déle más duro (no importa si se queda chaparro como Napoleón y Hitler, vea qué tan lejos llegaron gracias a sus complejos).
Nunca se bañe con él desnudo y luego, cuando le pregunte porqué tiene esa cosa tan grande y peluda entre las piernas, no se le ocurra decirle que cuando crezca tendrá uno igual, porque seguro no se conformará sólo con uno (menos si resulta bueno para las matemáticas como Einstein y su perversa relatividad).
Si meterlo a karate, futbol, judo, beisbol o loquesea no le hace desistir de su idea de ir a clases de ballet, cómprele un tutú rosa y siéntelo a ver el documental de la vida de Rudolf Nureyev y cuéntele cómo le fue a Yuri cuando se quiso ir al Bolshoi (terminó cantando el osito panda y con un papiloma que riéte tú). Si vió usted –respeteble padre de familia- La Naranja Mecánica, entenderá lo que digo. Si no: ¡culturízese, chingao!
Nunca, por ningún motivo, mande a su hijo a un internado exclusivo para varones y dirigido por religiosos. Si ya lo envolvió para regalo paidófilo en su bautizo, arreglarlo como muñequito de pastel, vestido de blanco y con una vela blanca la mitad de grande que él en la mano caminando rumbo al confesionario, es demasiada prueba para el pobre cura con enaguas frágiles (es como enviarle a Mike Tyson un puta tetona y orejona -no hay que abusar).
Evite también los Boys Scouts, que ya para nudos tendrá a la madre en casa.
También evítese el uso victoriano de las putas. A menos que usted quiera que su hijo no pueda volver a ver una vulva en su vida. Si quiere que le dure un poco el apellido manéjele con mucho misterio el sexo opuesto, pecamíneselo, póngaselo difícil, evite que su esposa se pasee en cueros (literales) delante del muchacho, así tal vez se crezca en él alguna curiosidad por las féminas. Eso sí, de vez en cuando, deje por ahí desvalagada una Playboy o una Penthouse y si a los días lo encuentra leyéndola, repriéndalo. Y si él le contesta que están rete interesantes las entrevistas y los reportajes, dése por vencido y tenga por seguro que la única forma en que su hijo se acercará a una vagina será si -por alguna irrisoria coincidencia- decide estudiar ginecología.
Rendirse no es perder.