lunes, enero 21, 2008

La vez que peor

“Nunca volveré a ser tan maja
mis amigos se han perdido
la vez que mejor estaba yo…
los momentos de guapo subido
no tenía ni un testigo,
nunca lo sabrá la gente…”
(La vez que mejor, Ch&Ch)

Para un grupo que hace de la superficialidad su máxima más inamovible, su razón de ser y su mayor chiste, descuidar un elemento tan importante -hasta para alguien que no sabe de solfeo- como el sonido es casi imperdonable.

La presentación del grupo bilbaíno Chico y Chica, el sábado pasado en el Pasagüero (un lugar que no conocía y que por lo visto vende más status que otra cosa), dejó muchísimo a desear, al punto de casi caer en la tentación de secundar a un sector de la asistencia que gritaba a la vocalista ¡QUE SE ENCUERE!

Sólo que quien tenía mejor material encueratriz era el tecladista y segunda voz, que no soportó la presencia en el escenario de un asistente que subió a acompañar la coreografía de Vaquero con su indumentaria híbrida entre Pinocho y Kiko (en emo), de sombrero negro con caballo de plástico blanco incrustado, chorcito y medias de likra negras con línea blanca.

Supongo que tampoco ayudó lo previo a la presentación del grupo estelar de la noche, que se enmarcaba en el festejo del cumpleaños de uno de los integrantes del Colectivo Cats (quienes -gracias a Freud- se despedían del mundo esa noche y aparentemente no querían dejar la mejor huella), que confunden lúdico con pedante. Su mayor aportación pública fue hacer de las bromas locales el pretexto para la fiesta privada que quiere público, aunque éste no esté a la altura de sus finísimos guiños o no se haya tomado esa tacha que tan bien rima con chacha y que sólo Maria Daniela ha utilizado en sus letras.

Chico y Chica tocaron después de la 1 de la mañana, con el ánimo maltrecho de un público cautivo, otro que apenas los conoce y que tuvieron que chutarse los nuevos temas de su disco Bomba Latina para luego empezar a pedirles temas como Chantaja, La vez que mejor, la millonaria y otros temas de su estupendo disco Status.

Beats programados, un teclado muy elemental y las voces afectadas e irónicas de José Luis Rebollo y Alicia San Juan (pero sobre todo desafinadas), hicieron de esta su primera presentación en América una prueba apenas superada, no tanto por su entusiasmo (tienen de su lado teatralidad, agudeza y desenfado) sino más que nada por las limitaciones técnicas del lugar y esa extraña idea de mezclar fiesta particular con evento público donde no se sabe quién es el colero, porque todos terminan viéndose con la misma cara de extrañeza, fingiendo que no conocen al festejado, que nunca -al menos esa noche- resulta ser Uno.

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