sábado, enero 12, 2008

Cuasimodo´s Line

Cada trasbordo en el metro es un descenso al purgatorio en sus más pintorescas versiones.
Y no sólo me refiero a esos personajes que se abren paso con un aparato generador de sonido para venderte la programación radial más genérica de los últimos veinte años atrapada en un disco de diez pesos.
Ni siquiera se trata de esos que te venden el bolígrafo (acá, plumas son las del pavorreal) iridiscente o los chiclets a cinco como si de eso dependiera tu salud mental o bucal.
Tampoco hablo de la hilera de ciegos cantando en una lengua que asumo tiene algo de braile porque yo no la entiendo por más que lo intente (sin muchas ganas, he de confesar), porque supongo que padezco de esa discapacidad tan urbana que es la indiferencia: otra ceguera, aunque más defensiva y polìticamente incorrecta.

Los verdaderos jorobados acá son esa amalgama de cuerpos mejor conocidos como parejas, novios, tórtolos o el mote que se les ocurra.
Viajar en subterráneo parece exigir el compromiso de incrustarte en el significant other, aunque sólo sea significativo el tiempo que pase entre una línea y otra. No se que sea lo que más me incomode, a veces creo que es envidia subterránea pero me resisto a confirmarla.

Yo, que no le doy dinero al discapacitado, que cero espíritu Teletón, que no me importa si se murió la mamá de Bambi (probablemente me comí una de sus costillas con barbicue), me conmuevo mal pedo al ver ese espectáculo semi erótico de manos ansiosas y lenguas coloreadas de chamoy, al punto que he pensado tirarles con un billete o armar una coperacha en al bagón y decirles discretamente al oído: get a room!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Cuál bagón?
Pues... el vermú me lo echaré solo. Y si llegas, bienvenido.

Anónimo dijo...

Envidioso!! :p


Med :D