Supongamos que tenemos una madre como Susan Sontag.
Y que esa madre de nosotros, llena de glorias, de prestigio, de premios, de libros a los que ama tanto o más que auno, que –de seguro- ha tocado más que a uno, una madre que es, viéndolo de donde lo veas, una gran sombra.
Una madre que te niega el complejo de Edipo porque no hay una madre a quien rescatar de las garras del padre, sino una madre que es padre y madre, creadora omnipotente, crítica acérrima y elocuente oradora que no sabe de arrumacos ni te lee El patito feo sino a Dostoievski o Canetti.
Imaginemos que esa madre se está muriendo y ésta vez no será una lucha titánica de la cual saldrá airosa -con unos senos y un útero menos caídos en batalla- sino un pasaporte a la extinción, a ese fin que creyó siempre aplazable, esa muerte tan vulgar para alguien con tantas cosas por hacer, tantos proyectos, tantas novelas por escribir.
Ahora imaginemos escuchar de boca del doctor la sentencia de muerte de quien te dió la vida, que escucha primero incrédula, luego estoica las frías palabras sin esperanza probable.
Pero sobre todo, imagínense no poder tomarle la mano ni abrazarla ni llorar junto a ella ni colgarte de su falda ni tirarte en su regazo porque la debilidad no entra en su canasta básica.
2 comentarios:
permiso...hola Manuel...tengo varios días metida aquí leyendo,conociédote...poco a poco me va llenando la sensación de cariño y empatía...es una tontería,lo sé...pero sólo quería que lo supieras,que en alguna parte,alguien muy temprano,con su primer café,pasa por ésta ventanita a ver cómo ha amanecido tu día...
No he entendido (perdona mi limitación)tu escrito de ayer,pero que no lo entienda,no significa que no me conduela...
en fin, nada...
Un beso
Hola, "anónima". Gracias por tomarte la molestia. El post anterior es una crónica imprecisa de mi fin de semana. Decidí quitarle las precisiones para que quedara como una bitácora íntima, sólo para mi. A veces -o generalmente- lo que no se dice es lo más interesante.
Saludos
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