jueves, enero 31, 2008

Guía para prevenir la homosexualidad en sus hijos I

(dedicada al padre Marcial Maciel q.e.p.d.s.p.*)

Todos sabemos que la homosexualidad es una lacra social, un error de la naturaleza, una aberración. Así que si quiere que sus hijos sean ciudadanos ejemplares y derechos (sic) primero -y antes que nada- cuando su hijo varón ya camine y sepa decir NO, asegúrese de que sea una palabra que utilice estratégicamente y a conveniencia familiar y social.

Si usted es muy creyente y a huevo quiere bautizar al escuincle, por San Martín de Porres, no le ponga ropón blanco (¿travestismo precoz?), que para echarle un chorro de divinidad un overol de mezclilla será más que apropiado. Lo peor que puede pasar es que resulte el Nuevo Chico Ché (y mira que la música tropical lo anda necesitando).

Mientras más crezca el chamaco, menos caricias necesita y más coscorrones. Y si llora, déle más duro (no importa si se queda chaparro como Napoleón y Hitler, vea qué tan lejos llegaron gracias a sus complejos).

Nunca se bañe con él desnudo y luego, cuando le pregunte porqué tiene esa cosa tan grande y peluda entre las piernas, no se le ocurra decirle que cuando crezca tendrá uno igual, porque seguro no se conformará sólo con uno (menos si resulta bueno para las matemáticas como Einstein y su perversa relatividad).

Si meterlo a karate, futbol, judo, beisbol o loquesea no le hace desistir de su idea de ir a clases de ballet, cómprele un tutú rosa y siéntelo a ver el documental de la vida de Rudolf Nureyev y cuéntele cómo le fue a Yuri cuando se quiso ir al Bolshoi (terminó cantando el osito panda y con un papiloma que riéte tú). Si vió usted –respeteble padre de familia- La Naranja Mecánica, entenderá lo que digo. Si no: ¡culturízese, chingao!

Nunca, por ningún motivo, mande a su hijo a un internado exclusivo para varones y dirigido por religiosos. Si ya lo envolvió para regalo paidófilo en su bautizo, arreglarlo como muñequito de pastel, vestido de blanco y con una vela blanca la mitad de grande que él en la mano caminando rumbo al confesionario, es demasiada prueba para el pobre cura con enaguas frágiles (es como enviarle a Mike Tyson un puta tetona y orejona -no hay que abusar).

Evite también los Boys Scouts, que ya para nudos tendrá a la madre en casa.

También evítese el uso victoriano de las putas. A menos que usted quiera que su hijo no pueda volver a ver una vulva en su vida. Si quiere que le dure un poco el apellido manéjele con mucho misterio el sexo opuesto, pecamíneselo, póngaselo difícil, evite que su esposa se pasee en cueros (literales) delante del muchacho, así tal vez se crezca en él alguna curiosidad por las féminas. Eso sí, de vez en cuando, deje por ahí desvalagada una Playboy o una Penthouse y si a los días lo encuentra leyéndola, repriéndalo. Y si él le contesta que están rete interesantes las entrevistas y los reportajes, dése por vencido y tenga por seguro que la única forma en que su hijo se acercará a una vagina será si -por alguna irrisoria coincidencia- decide estudiar ginecología.

Rendirse no es perder.

*q.e.p.d.s.p. (que en paz descanse, si puede)

martes, enero 29, 2008

Mar de muerte

Supongamos que tenemos una madre como Susan Sontag.

Y que esa madre de nosotros, llena de glorias, de prestigio, de premios, de libros a los que ama tanto o más que auno, que –de seguro- ha tocado más que a uno, una madre que es, viéndolo de donde lo veas, una gran sombra.

Una madre que te niega el complejo de Edipo porque no hay una madre a quien rescatar de las garras del padre, sino una madre que es padre y madre, creadora omnipotente, crítica acérrima y elocuente oradora que no sabe de arrumacos ni te lee El patito feo sino a Dostoievski o Canetti.

Imaginemos que esa madre se está muriendo y ésta vez no será una lucha titánica de la cual saldrá airosa -con unos senos y un útero menos caídos en batalla- sino un pasaporte a la extinción, a ese fin que creyó siempre aplazable, esa muerte tan vulgar para alguien con tantas cosas por hacer, tantos proyectos, tantas novelas por escribir.

Ahora imaginemos escuchar de boca del doctor la sentencia de muerte de quien te dió la vida, que escucha primero incrédula, luego estoica las frías palabras sin esperanza probable.

Pero sobre todo, imagínense no poder tomarle la mano ni abrazarla ni llorar junto a ella ni colgarte de su falda ni tirarte en su regazo porque la debilidad no entra en su canasta básica.

lunes, enero 28, 2008

Tiempo

Mis fines de semana son cortos.
Debo distribuirlos de la mejor manera, departir con los viejos y con los nuevos, desvelarme por pura solidaridad, contar intimidades como quien intercambia cartitas para una planilla infantiloide (ésta la tengo, ésta no), cenar con nuevas amistades, tomar martinis sucios con la mejor escenografía posible, bares con baños ecológicos que te dan la sensación de estarte lavando las manos con la misma agua donde orinaste, el entusiasmo de los bartenders, el arte rodeándolo a uno sin que uno le preste mayor atención.

Luego los antros más tópicos, el espejo pseudo barroco, los angelitos negros sosteniendo una vela que apenas ilumina (una alegoría racista acaso), paredes rojas y sonrisas de postín. Uno nunca termina de conocer a la gente hasta que la ve borracha y eso puede ser tan conmovedor como terrible.

Unas horas después bicicleteando en CU, deshidratándome, escuchando historias familiars que en nada se parecen a la mía, tirado en el césped, asoleándome como no debería hacerlo, comiendo como tampoco y viendo azorado cómo -frente a mi asiento- alguien come enfrijoladas acompañadas de pan (ahora entiendo las tortas de tamal).

Luego siesta, lectura de El País e intento fallido de recuperar el sumplemento semanal que quedó atrapado en el departamento de enseguida. Ni modo, la frivolidad puede esperar, me quedo con las historias de abortos desesperados, lagunas legislativas, elecciones demócratas, fraudes financieros, el diario de Dostoievski que quisiera tener, la biografía de Lispector que quisiera comprar, las películas que me gustaría ver.

Todo de pronto se ha convertido en un quiero, en un asunto pendiente, en un ya habrá tiempo…

viernes, enero 25, 2008

Calvicie existencial

(Unas pocas líneas que hicieron mi día...)

"--Oye, señor pájaro-que-da-cuerda –dijo tras un corto silencio May Kasahara, como si se le ocurriera de repente-. No sé, pero creo que si la gente teme a quedarse calva es porque les hace pensar en el final de la vida. Es decir, me da la impresión de que sienten que, conforme se van quedando calvos, la vida se les va acabando. Como si se acercasen a pasos agigantados a la muerte, a la destrucción final.

Reflexioné unos instantes.
--Sí, es una manera de verlo.
--Oye, señor pájaro-que-da-cuerda. A veces lo pienso: ¿qué diablos debes sentir cuando te vas muriendo poco a poco, despacio, a lo largo del tiempo?
Como no entendí bien el significado de su pregunta, sujeto al agarradero, cambié mi postura y miré fijamente a May Kasahara.
--Ir muriendo poco a poco, despacio... Por ejemplo, ¿en qué caso concreto podría ocurrir?
--Pues por ejemplo... Pues, en caso de que te hayan encerrado en un lugar oscuro, que no tengas nada que comer ni nada que beber y que te vayas muriendo gradualmente, poco a poco.
--Seguro que es horrible, y doloroso –dije-. Desde luego no quisiera morirme de esa manera.
--Pero, oye, señor pájaro-que-da-cuerda, la vida ya viene a ser eso, ¿no? ¿Acaso no estamos todos atrapados en un lugar oscuro y nos van quitando la comida y la bebida y nos vamos muriendo despacio, gradualmente? Poco a poco, poco a poco.
Me reí.
--Tú, para la edad que tienes, piensas a veces de manera terriblemente pesimista, ¿no te parece?
--Ese pesi... no sé qué..., ¿qué es?
--Pesimista. Significa ver sólo el lado oscuro de las cosas.
--Pesimista, pesimista... –repitió para sí varias veces-. Señor pájaro-que-da-cuerda – dijo luego, alzando los ojos y clavándome la mirada-. Sólo tengo dieciséis años y no sé muy bien de qué va el mundo, pero una cosa sí puedo afirmar con rotundidad: si yo soy pesimista, los adultos de este mundo que no son pesimistas son un hatajo de idiotas."

(...de la pluma -o teclado- de Haruki Murakami)

miércoles, enero 23, 2008

Suburbia trip

Me escabullo por el centro comercial. Volteo a ver si alguien me reconoce o si hay algún paparazzi oculto en algún macetero. Nada. Entro a una cafetería para hacer tiempo. Lo pido mediano. Le pongo azúcar mascabado en honor a Celia. Me quemo la lengua al primer sorbo (la vida no es un carnaval) y me dispongo a esperar que abran la tienda y las rebajas me den la bienvenida. Una buena noticia de pocos ceros. Una prenda con que presentarme a trabajar sin repetir el modelito del día anterior. Me entero que la tienda abre a la misma hora que debo estar yo checando entrada en la oficina. Me entra el pánico y empiezo a caminar a toda prisa por ese jardín laberíntico, monumento al consumismo irracional (si es que existe de otro). La mayoría de las tiendas aún están cerradas y un poncho de lana del Sanborns es lo más lejano a una opción (Slim no es infalible). Estoy a punto de darme por vencido cuando aparece ante mí una puerta abierta, una tienda a la que nunca he entrado pero que a juzgar por su publicidad es lo que sigue de debajo de lo peor y me como el coco pensando qué puedo comprar que no se le vea el cobre. No hay pierde: cero marcas visibles, estampados o logos que reconozca un miope. Nunca el café había sido tan neutro ni el estilo polo tan salvador. Me dirijo al probador con una talla L, dejo mi café en el mostrador y me entero que esa talla ha dejado de ser la mía. Salgo del vestidor con la camiseta puesta y tomo una M, me la mido (ni mandada hacer) y me dirijo al cajero: la mejor compra en mucho tiempo, barato, funcional, vestidor y salvador del prestigo social-laboral. Salgo con la bosa de esa tienda innombrable y me meto al baño más cercano con todo y mi café. Quito etiquetas, tiro la bolsa, elimino las pistas y me dirijo a la oficina con una cara de inocente que ya la quisiera Linda Blair antes de la quija y después del exorcismo. Misión Cumplida. Púdrete Tom Cruise y tu scientology. Fiu!

lunes, enero 21, 2008

La vez que peor

“Nunca volveré a ser tan maja
mis amigos se han perdido
la vez que mejor estaba yo…
los momentos de guapo subido
no tenía ni un testigo,
nunca lo sabrá la gente…”
(La vez que mejor, Ch&Ch)

Para un grupo que hace de la superficialidad su máxima más inamovible, su razón de ser y su mayor chiste, descuidar un elemento tan importante -hasta para alguien que no sabe de solfeo- como el sonido es casi imperdonable.

La presentación del grupo bilbaíno Chico y Chica, el sábado pasado en el Pasagüero (un lugar que no conocía y que por lo visto vende más status que otra cosa), dejó muchísimo a desear, al punto de casi caer en la tentación de secundar a un sector de la asistencia que gritaba a la vocalista ¡QUE SE ENCUERE!

Sólo que quien tenía mejor material encueratriz era el tecladista y segunda voz, que no soportó la presencia en el escenario de un asistente que subió a acompañar la coreografía de Vaquero con su indumentaria híbrida entre Pinocho y Kiko (en emo), de sombrero negro con caballo de plástico blanco incrustado, chorcito y medias de likra negras con línea blanca.

Supongo que tampoco ayudó lo previo a la presentación del grupo estelar de la noche, que se enmarcaba en el festejo del cumpleaños de uno de los integrantes del Colectivo Cats (quienes -gracias a Freud- se despedían del mundo esa noche y aparentemente no querían dejar la mejor huella), que confunden lúdico con pedante. Su mayor aportación pública fue hacer de las bromas locales el pretexto para la fiesta privada que quiere público, aunque éste no esté a la altura de sus finísimos guiños o no se haya tomado esa tacha que tan bien rima con chacha y que sólo Maria Daniela ha utilizado en sus letras.

Chico y Chica tocaron después de la 1 de la mañana, con el ánimo maltrecho de un público cautivo, otro que apenas los conoce y que tuvieron que chutarse los nuevos temas de su disco Bomba Latina para luego empezar a pedirles temas como Chantaja, La vez que mejor, la millonaria y otros temas de su estupendo disco Status.

Beats programados, un teclado muy elemental y las voces afectadas e irónicas de José Luis Rebollo y Alicia San Juan (pero sobre todo desafinadas), hicieron de esta su primera presentación en América una prueba apenas superada, no tanto por su entusiasmo (tienen de su lado teatralidad, agudeza y desenfado) sino más que nada por las limitaciones técnicas del lugar y esa extraña idea de mezclar fiesta particular con evento público donde no se sabe quién es el colero, porque todos terminan viéndose con la misma cara de extrañeza, fingiendo que no conocen al festejado, que nunca -al menos esa noche- resulta ser Uno.

sábado, enero 19, 2008

Resortera

Uno sabe que se ha topado con un buen libro cuando desde el principio te habla de tú. Y mira que para que un japonés te hable de tú está en chino (o en japonés. da igual lo PC que quiera ser. nunca me sale). Ni siquiera sé si existan esas distinciones corteses en el idioma amarillo, pero si algo sabe este señor es narrar la cotidianidad en su hondura más insospechada.

El libro lo había comenzado hace mucho, pues fue un regalo que yo instigué se le hiciera a un amigo en su cumpleaños (I could not afford it for myself, go figure buying it to give it away). No sabía que lo había echado en mis maletas, pero seguro contribuyó al hecho de que pagara exceso de equipaje a una aerolínea del perro.

Para empezar, el personaje principal es un desempleado que no tiene la menor intención en dejar de serlo en un futuro cercano (situación que desafortunadamente terminó en mi caso). Hay un gato extraviado y yo he perdido cuatro, que no eran míos pero eran lo más cercano a contacto emocional que tuve los primeros meses de estancia lejos de casa.

Lo único que me falta es recibir una llamada obscena y que una escuincla que de seguro vio Lolita (porque dudo que sepa quién es Novokov) me pose sus labios húmedos chupando lollipop y sus braguitas idem. Empresa de antemano fallida, de primeras por el género y de segundas por la edad (no soporto el olor a miados).

Tampoco soy casado como el personaje, ni estoy tan aburrido como él, ni soy abogado ni me tomo la molestia de identificar los trinares de los pájaros alrededor mío para ver cuál de todos da la cuerda al mundo.

No podría resistir la tentación de conseguirme una resortera.

Just to see what happens…

jueves, enero 17, 2008

Left foot

Levantarse con el pié izquierdo, resfriarte el primer día de trabajo y llegar 45 minutos tarde. Salir muchas horas interminables después y llegar a tu casa después de media noche, haber terminado uno de los pocos libros que trajiste contigo que te pone de malas por sus predecibles vueltas de tuerca y su lame desenlace, teniendo tanto material interesante entre manos y terminando todo en un rosario de lamentaciones pro-telarañas en el coño Brönte… es para desanimar hasta a una chica Almodóvar.

Dos días después, con la nariz hecha trizas y el ánimo en un hilo, me pregunto muchas cosas que deberían responderse con el primer cheque y que si ese día no se termina el resfriado ni el desánimo ni el dolor de cabeza ni la agorafobia ni todos los males del mundo que me he inventado por mi mala idea de ponerme a trabajar, es porque la realidad chilanga me ha golpeado de pronto y me evita ver romanticismo en los personajes de subway o las arterias colapsadas de la ciudad que se atraviesan en mi camino o los millones de minusválidos de vasito y tecladito porgramable que son todos el mismo y que terminaré asesinando en serie… la mayor contaminación en esta ciudad es la auditiva. Y me temo que no hay audífonos que salven.

sábado, enero 12, 2008

Cuasimodo´s Line

Cada trasbordo en el metro es un descenso al purgatorio en sus más pintorescas versiones.
Y no sólo me refiero a esos personajes que se abren paso con un aparato generador de sonido para venderte la programación radial más genérica de los últimos veinte años atrapada en un disco de diez pesos.
Ni siquiera se trata de esos que te venden el bolígrafo (acá, plumas son las del pavorreal) iridiscente o los chiclets a cinco como si de eso dependiera tu salud mental o bucal.
Tampoco hablo de la hilera de ciegos cantando en una lengua que asumo tiene algo de braile porque yo no la entiendo por más que lo intente (sin muchas ganas, he de confesar), porque supongo que padezco de esa discapacidad tan urbana que es la indiferencia: otra ceguera, aunque más defensiva y polìticamente incorrecta.

Los verdaderos jorobados acá son esa amalgama de cuerpos mejor conocidos como parejas, novios, tórtolos o el mote que se les ocurra.
Viajar en subterráneo parece exigir el compromiso de incrustarte en el significant other, aunque sólo sea significativo el tiempo que pase entre una línea y otra. No se que sea lo que más me incomode, a veces creo que es envidia subterránea pero me resisto a confirmarla.

Yo, que no le doy dinero al discapacitado, que cero espíritu Teletón, que no me importa si se murió la mamá de Bambi (probablemente me comí una de sus costillas con barbicue), me conmuevo mal pedo al ver ese espectáculo semi erótico de manos ansiosas y lenguas coloreadas de chamoy, al punto que he pensado tirarles con un billete o armar una coperacha en al bagón y decirles discretamente al oído: get a room!

martes, enero 08, 2008

Pequeño

Ahora mi cuarto mira a todos hacia abajo. Tiene un cómodo sofá cama, un closet grande y un baño amplio y limpio, pero más importante, me tiene a mi.

Hay que recorrer esas distancias que se convierten en la anécdota de la mayoría de los habitantes de esta ciudad. A diferencia de los gringos, que sólo hablan del clima y generalmente para reconfortarse, tan optimistas y tan miopes. Esa oportunidad no te la da la Ciudad de México, por más que estés embullido en el consumismo feroz que domina la urbe. No se pierde aquí la oportunidad de quejarse, aquí padecer es sinónimo de gozar, gozar es un lujo al que todos aspiran. Algunos se apresuran en la fila, otros se lo toman con calma sólo para llevarle la contraria al mundo, su mundo, su pequeño mundo.

Vivir en una ciudad como ésta es acostumbrarse a sentirse pequeño por más que no quepas en los asientos del transporte público o pases tu brazo por encima de un bonche de gente en el metro preguntándote si no has olvidado ponerte desodorante (una pregunta que se deberían hacer más de dos).

Vivir aquí es una carrera constante, por que las luchas son acá un espectáculo bastante popular.

Vivir acá es encontrarte con un lugar que te regresa al pasado sin hacerte sentir culpable (o tal vez un poco), como el Patrick Miller, un recinto que redefine el término democracia, que tiene a la entrada un letrero anti discriminatorio que -al parecer- respeta en su interior. Un lugar donde no importa como vayas vestido o importa mucho, pero en buen plan. Un lugar para arrojar dejavús y que choquen con el de enseguida, el de enfrente y el de atrás, que es el patio de juegos de la nostalgia atreviéndose a pronunciar su nombre.

domingo, enero 06, 2008

No somos de papel

¿Existe un reloj biológico para los varones o una vez que uno ya probó todo lo que está en el menú tiene que auto convencerse que lo doméstico tiene su encanto, que la libertad y la independencia emocional y económica llegan a ser insuficientes y es necesario colgarse un grillete en forma de corazón al cuello o a los piés?

Los bebés, al igual que las mascotas, huelen bien y están suavecitos siempre y cuando haya alguien que haga el trabajo sucio de cambiar pañales y limpiar heces, pero lo que es verdaderamente aterrador o -para no exagerar- intimidante, es el proyecto de vida que carga uno entre brazos y que algún día tendrá voz propia y será tan inclemente y judgamental como nosostros. ¿Estaremos preparados para el verdadero juicio final, el que no termina, el que se levanta y exige su mesada, el que algún día se avergonzará de ti en público o te llamará en navidad desde un lugar lejano a donde ha huído a buscar esa individualidad a la que se renuncia y se pasa como papa caliente en pos de la conservación de la especie?

¿Porqué las cosas que son esencialmente bellas tienen que surgir de tanta suciedad? Los huesos y la piel humana contienen en su interior un catálogo de horrores que, sin embargo -en esencia- representan el milagro de la vida y el diseño más elaborado y casi perfecto de que haya sido capaz la naturaleza. Pero cómo culparse uno mismo de adorar la piel y las formas, ¿cómo no reivindicar la superficie cuando básicamente su encanto consiste en ocultar lo que realmente somos?

No cabe duda que eso de ir contra la naturaleza tiene sus ventajas.

viernes, enero 04, 2008

Bonjour Tristesse

He cambiado el colchón por un futón. Esta vez la ventana del cuarto da a una calle mucho más transitada que la anterior y si me asomo no puedo ver el Ángel de Avenida Reforma, pero sí el avance del proyecto de ampliación del Metrobús. Esta vez sí puedo escuchar las conversaciones de quienes pasan por la calle y ya no me despiertan los gatos pasando por encima de mi ni los cánticos de los lavacarros haciendo segunda a Ana Gabriel.

Año nuevo, deambular nuevo. Varias semanas después de mi mudanza gitana ya viví una navidad y un año nuevo en casa ajena, una versión improvisada de familia expansiva y de nuevo la misma sensación que he tenido desde que tengo uso de razón: de que no pertenezco a ningún lado y que ningún lado me pertenece. Pero me reconforta que al menos en algo soy consistente y me sorprende mi capacidad gatuna de caer parado no matter what.

Este año nuevo fueron chocolates en vez de uvas, pero a mitad del doce se me acabaron los deseos. No sé si alegrarme o entristecerme, no soy generalmente de los que se conforman. Este año no estrené outfit ni me amanecí en estado alterado, el despertar de un nuevo año para mi fue despertar de domingo a lunes sin nada importante qué hacer, cubrirme del frío que se estrena calando hasta los huesos y no ver la luz del sol hasta dos días después, no exponer mi piel al agua ni bajar los cuatro pisos que dan a la calle insospechadamente desierta de esta ciudad cobijada en su hacinamiento.

Los periódicos hacen quedar a mi pesimismo como un juego de niño malcriado. La cuesta de enero agarra vuelo gracias al ánimo perdiodístico, a su infalible apuesta por lo terrible para no equivocarse de tal manera que mis estrategias anímicas se desvelan como ridículas e innecesarias. No dejo de reírme de mi mismo, otro acierto a mi constancia.

Ojeo un libro de ilustraciones de mi host emergente y me topo con este fabuloso poster de Saul Blass que me habla de tú.