El sida, una breve y -literalmente- lapidaria palabra, me llegó desde un inicio como una condena, una mala noticia que sólo me incumbía a mi, que me hablaba de tú sin conocerla. Era un adolescente mustio que había decidido poner pausa a mis impulsos y sin embargo sentí que al leer esas siglas podía, sin ningún problema, permutarlas y armar mi nombre con ellas. Muchos se sintieron -supe después- reducidos a esas cuatro letras que de repente fueron sinónimo de una larga lista de motes tetraédricos.
Al ver “And the Band Played On” o “Filadelfia” empecé a buscar los estigmas de un pecado apenas contemplado en fantasías sin consumarlo y expulgué mi cuerpo en busca de la marca de la bestia, de la culpa hecha sarcoma invasor, un virus dirigido al centro de mi conciencia.
Años después fue una noticia cotidiana, una amenaza de ladito, la bola negra que podía tocarte en el sorteo macabro de la ignorancia o el descuido, pero un día un amigo me suelta la noticia de haberse sacado el numerito premiado. Antes de preguntarle si estaba bien y ofrecerle mi apoyo, ya estaba llorándolo en vida y reduciendo su angustia a un amasijo de huesos rodeados de moscas, muy al tono con la propaganda amarillista con que iniciaron las campañas de prevención.
Después de leer a la Sontag y su visión desmitificadora de la enfermedad, sentí pena ajena por mi reacción de debutante plañidera y empezó a cambiar mi actitud frente al asunto. Sin embargo, la muerte llegó con elocuencia a refrescarme el miedo y la impotencia cuando se llevó a otro amigo. La noticia me llegó cuando veía esa obra de teatro donde discuten los creadores de la fórmula de la bomba atómica que puso fin a la segunda guerra mundialy sentí que en medio de ese escenario se levantaba un hongo enorme que convertía en cenizas su cuerpo, al mismo tiempo que mis certezas y mi optimismo.
A la fecha, la palabra sida sigue cimbrándome y a cada nota que leo sobre el tema me veo más lejos de aquellos días donde todo esto era un monstruo acechando mis pesadillas adolescentes. Ese monstruo ha tomado la forma de un amigo, un familiar, un vecino, una estrella de cine, un autor que admiro, un ama de casa, un niño y hasta un continente entero donde parece haber encontrado refugio.
Ya no es un número o una estadística fría a la que pasar de largo en el periódico, es el tercer apellido de un nombre propio que dejó de serlo.
miércoles, noviembre 30, 2005
lunes, noviembre 28, 2005
Tarot
Según ellas debo revisar mis vidas pasadas, regresar a la naturaleza, no compararme con los demás y ver mis propias fortalezas, buscar armonizar con los otros y trabajar en equipo, renunciando al individualismo que he llevado a un nivel casi artístico.
Las cartas son así, categóricas, fotogénicas y planas, se acomodan sobre cualquier superficie como gata sobre el sofá, autosuficientes, creyéndose dueñas del mundo, guardianas de tu pasado, presente y futuro: sabias, incólumes e irrefutables.
¿Y qué hace uno frente a semejante monstruo de dos caras? Nada... cuando mucho asentir con la cabeza y agradecer la generosidad iluminadora. Según ellas siempre habrá alguien más bonito, más inteligente y más todo que yo. ¿Qué se creen ellas: mis madrastras?
Cinco pictogramas dispuestos en forma de cruz me apuntan con el dedo y yo no puedo hacer nada para desmentirlos o confirmarlos: soy la duda envuelta en seis pies de carnes, huesos y yo.
-¿Eres agnóstico?, me pregunto al tiempo que me doy cuenta que la respuesta es justo la pregunta y presiento que la duda es la materia prima de todo y nada al mismo tiempo. Sin embargo me parece la más honesta de todas, porque las certezas siempre llevan el dado cargado y el azar se convierte en la trampa mejor trazada.
Las cartas son así, categóricas, fotogénicas y planas, se acomodan sobre cualquier superficie como gata sobre el sofá, autosuficientes, creyéndose dueñas del mundo, guardianas de tu pasado, presente y futuro: sabias, incólumes e irrefutables.
¿Y qué hace uno frente a semejante monstruo de dos caras? Nada... cuando mucho asentir con la cabeza y agradecer la generosidad iluminadora. Según ellas siempre habrá alguien más bonito, más inteligente y más todo que yo. ¿Qué se creen ellas: mis madrastras?
Cinco pictogramas dispuestos en forma de cruz me apuntan con el dedo y yo no puedo hacer nada para desmentirlos o confirmarlos: soy la duda envuelta en seis pies de carnes, huesos y yo.
-¿Eres agnóstico?, me pregunto al tiempo que me doy cuenta que la respuesta es justo la pregunta y presiento que la duda es la materia prima de todo y nada al mismo tiempo. Sin embargo me parece la más honesta de todas, porque las certezas siempre llevan el dado cargado y el azar se convierte en la trampa mejor trazada.
viernes, noviembre 25, 2005
miércoles, noviembre 23, 2005
"Bulgar-o"
Ayer fui a ver “Harry Potter y el Cáliz de Fuego” y vaya que está candente la película: en un descuido se convierte al soft-porno y le hace la competencia a nuestra querida y muy olvidada Emanuelle.
Lo de menos es que Daniel Radcliffe ya tenga vello axilar y que hayan tenido que removerle digitalmente el acné adolescente. ¿Quién se fija en eso cuando el que de verdad se merece un un aplauso es el director de casting por esa galería de villanos y actores de soporte tan de buen gusto?
Mi opinión de la película es lo de menos, ahora no tengo tiempo de escribir más, pues me dispongo a planear mi migración a la hermana y fría república de Bulgaria. Allá que de seguro me encontraré con sorpresas de ceja espesa y labios deliciosos.
Lo de menos es que Daniel Radcliffe ya tenga vello axilar y que hayan tenido que removerle digitalmente el acné adolescente. ¿Quién se fija en eso cuando el que de verdad se merece un un aplauso es el director de casting por esa galería de villanos y actores de soporte tan de buen gusto?
Mi opinión de la película es lo de menos, ahora no tengo tiempo de escribir más, pues me dispongo a planear mi migración a la hermana y fría república de Bulgaria. Allá que de seguro me encontraré con sorpresas de ceja espesa y labios deliciosos.
martes, noviembre 22, 2005
Dejad que ellas se acerquen a mi...
Lolita es un personaje que traspasó las barreras de la literatura desde que Stanley Kubrick pusiera rostro a esa niña-mujer que volvió loco al torpe Profesor Humbert de la novela que Vladimir Nabokov escribió hace 50 años. Sue Lyon fue el primer rostro cinematográfico que conocimos de Dolores “Lolita” Haze, a quien siguió Dominique Swain en la adaptación que hiciera Adrian Lyne en 1997 (que no es tan mala como la pintan).
Pero la historia del arte, sobre todo la literatura y la pintura, ha estado plagada de Lolitas, esas niñas terribles con una precoz conciencia de su sexualidad y del efecto que su mezcla de inocencia y perversidad causa en los adultos.
En la cultura moderna, ese culto se potencia con el tabú y es condenado a una especie de subcultura que se alimenta de su propia condición ilícita, continuamente acechada por la policía, que ha creado sofisticados sistemas de rastreo de redes internacionales de pornografía infantil, convirtiéndose en una cacería de brujas constante.
Ahora el sólo hecho de hablar de erotismo que incluya menores de edad es casi motivo para ser perseguido, al mismo tiempo que las imágenes publicitarias se nutren de ese tabú para vender desde perfumes hasta ropa íntima, jugando con los límites impuestos por una sociedad que condena lo que en el fondo le intriga y fascina sin reconocerlo: lo prohibido se vende caro.
Simplemente echar un vistazo al mundo del espectáculo te da una idea de hasta donde ha calado el síndrome Lolita en los productos culturales: cantantes adolescentes explotando su lado sexy en portadas de revistas de circulación masiva, mientras grupos conservadores levantan la voz en contra de la proliferación del paganismo sexual, alimentando el morbo y estimulando el mercado involuntariamente.
Ricky Martin, ex-integrante de un grupo musical envuelto en su tiempo en un escándalo de abuso sexual, ahora es vocero de una organización que busca detener la explotación sexual de menores en el tercer mundo, denunciando el turismo sexual en Asia y Latinoamérica. Jodie Foster, quien se hiciera famosa al interpretar a una prostituta adolescente en “Taxi Driver”, hizo en su tiempo campaña en contra del abuso infantil después de ser objeto del acoso de un maniático sexual obsesionado con ella. Ahora, entrando en los cuarenta y con dos hijos, la actriz sigue lidiando con rumores que ponen en duda su identidad sexual a lo que sigue respondiendo con su habitual hermetismo.
Se puede completar una enciclopedia con todos los casos de niños actores y cantantes víctimas de la fama y esa fascinación con la pureza del decadente imperio americano: desde Judy Garland hasta Drew Barrymore, o esperar unos años para saber si la historia se repite en Dakota Fanning o Haley Joel Osment, pero no hace falta ser vidente para asegurar que éste seguirá siendo terreno fascinante en su complejidad y misterio, tanto para el arte como para el vicio.
Seguirán también los dedos flamígeros señalando responsables y los llamados a proteger a la infancia de la corrupción, mientras los aludidos no tendrán nunca edad suficiente para que su opinión sea tomada en cuenta, relegándolos inevitablemente al papel de cándida víctima sin voz.
Pero la historia del arte, sobre todo la literatura y la pintura, ha estado plagada de Lolitas, esas niñas terribles con una precoz conciencia de su sexualidad y del efecto que su mezcla de inocencia y perversidad causa en los adultos.
En la cultura moderna, ese culto se potencia con el tabú y es condenado a una especie de subcultura que se alimenta de su propia condición ilícita, continuamente acechada por la policía, que ha creado sofisticados sistemas de rastreo de redes internacionales de pornografía infantil, convirtiéndose en una cacería de brujas constante.
Ahora el sólo hecho de hablar de erotismo que incluya menores de edad es casi motivo para ser perseguido, al mismo tiempo que las imágenes publicitarias se nutren de ese tabú para vender desde perfumes hasta ropa íntima, jugando con los límites impuestos por una sociedad que condena lo que en el fondo le intriga y fascina sin reconocerlo: lo prohibido se vende caro.
Simplemente echar un vistazo al mundo del espectáculo te da una idea de hasta donde ha calado el síndrome Lolita en los productos culturales: cantantes adolescentes explotando su lado sexy en portadas de revistas de circulación masiva, mientras grupos conservadores levantan la voz en contra de la proliferación del paganismo sexual, alimentando el morbo y estimulando el mercado involuntariamente.
Ricky Martin, ex-integrante de un grupo musical envuelto en su tiempo en un escándalo de abuso sexual, ahora es vocero de una organización que busca detener la explotación sexual de menores en el tercer mundo, denunciando el turismo sexual en Asia y Latinoamérica. Jodie Foster, quien se hiciera famosa al interpretar a una prostituta adolescente en “Taxi Driver”, hizo en su tiempo campaña en contra del abuso infantil después de ser objeto del acoso de un maniático sexual obsesionado con ella. Ahora, entrando en los cuarenta y con dos hijos, la actriz sigue lidiando con rumores que ponen en duda su identidad sexual a lo que sigue respondiendo con su habitual hermetismo.
Se puede completar una enciclopedia con todos los casos de niños actores y cantantes víctimas de la fama y esa fascinación con la pureza del decadente imperio americano: desde Judy Garland hasta Drew Barrymore, o esperar unos años para saber si la historia se repite en Dakota Fanning o Haley Joel Osment, pero no hace falta ser vidente para asegurar que éste seguirá siendo terreno fascinante en su complejidad y misterio, tanto para el arte como para el vicio.
Seguirán también los dedos flamígeros señalando responsables y los llamados a proteger a la infancia de la corrupción, mientras los aludidos no tendrán nunca edad suficiente para que su opinión sea tomada en cuenta, relegándolos inevitablemente al papel de cándida víctima sin voz.
lunes, noviembre 21, 2005
Negra Experiencia (conversación con Robert Mapplethorpe)
Mapplethorpe dijo alguna vez que los negros ( ____________incluir aquí el eufemismo que sea de su gusto) eran como las sabritas, que una vez que las pruebas no puedes comer otra cosa. Él sabe lo que dice, ya que se hizo famoso pro fotografiarlos en pelotas, demostrando no sólo lo fotogénico que puede ser el color de su piel sino la arrogancia genética de esa raza.
Así como algunos los tratan de holgazanes, drogadictos o lo que sea, muchos (aunque sea subterráneamente) admiran su físico y de seguro envidian esa reputación genital que es más que reputación.
Este fin de semana que fuimos a un bar otroladense y se me acercó un morenazo de 1.90 de estatura lo primero que tuve fueron inesperadas amistades: dos pochos que primero quisieron servir de intérpretes y celestinas con el susodicho, asegurándome un atributo de proporciones épicas, cuya fama rebasaba las fronteras y que según ellos estaba interesado en mi.
Después de dejar en claro que no necesitaba servicios de traducción simultánea ni de Celestinas mal vestidas me presenté directamente, recibiendo una sonrisa en respuesta y un apretón de manos que todavía me duele (mi mano se volvió pulpa de tamarindo).
Empezamos a platicar y cuando superamos el tópico de los nombres y dondevives ya mis emergentes amistades tomaban distancia sin dejar de registrar cada movimiento y gesto que hacíamos.
Detrás estaban mis acompañantes, que tampoco perdían detalle de lo inquietas que eran las manos del negro que, si no me hubiera dicho que trabaja en finanzas, yo hubiera jurado que era guardia de algún antro con estrictas reglas de seguridad que se quedó con el tic de pasar báscula automáticamente.
El asunto es que a cada rato llegaba alguien y se estacionaba frente a él para saludarlo y dos de ellos se fueron directamente a su entrepierna como quien se abalanza sobre alguien a quien ha extrañado mucho.
OK, ya entendí, me dije a mi mismo en lo que llega un pseudo hippie a improvisar una torpe escena de celos, a lo que mi acompañante responde jalándome hacia sí. Una historia de vida después (el tipo está feliz desde que lo corrieron de su empleo de asistente de maestro y viene regresando de Alaska, donde el pelo a la cintura debe ser lo último) se va y las luces del bar se prenden invitándonos a salir.
El tipo se disculpa y trata de convencerme que si saluda a toda esa gente es por ser polite y que con ninguno de ellos ha tenido sexo. También se disculpa por haber sido tan tocón y yo le digo que de eso no debe disculparse, que a mi ego le hacía falta una shaineada.
Se aleja un poco hacia la barra y le dice algo al barman, yo me acerco a mis amigos para preparar la retirada y un momento después regresa, lo presento y se despide de mi con un abrazo apretado, dejando en mi mano un papel doblado que meto en mi chaqueta.
Después de la carrilla de rigor y llegando a territorio mejor iluminado abro el papel con el temor de convertirme en la Tra-la-la de “Last Exit to Brooklyn”, pero todo lo que veo es un nombre escrito con cursiva, seguido por un numero de teléfono y un correo electrónico...
¿Y sus medidas?, te preguntarás mi querido Mapplethorpe.
Olvidó anotarlas, supongo.
Así como algunos los tratan de holgazanes, drogadictos o lo que sea, muchos (aunque sea subterráneamente) admiran su físico y de seguro envidian esa reputación genital que es más que reputación.
Este fin de semana que fuimos a un bar otroladense y se me acercó un morenazo de 1.90 de estatura lo primero que tuve fueron inesperadas amistades: dos pochos que primero quisieron servir de intérpretes y celestinas con el susodicho, asegurándome un atributo de proporciones épicas, cuya fama rebasaba las fronteras y que según ellos estaba interesado en mi.
Después de dejar en claro que no necesitaba servicios de traducción simultánea ni de Celestinas mal vestidas me presenté directamente, recibiendo una sonrisa en respuesta y un apretón de manos que todavía me duele (mi mano se volvió pulpa de tamarindo).
Empezamos a platicar y cuando superamos el tópico de los nombres y dondevives ya mis emergentes amistades tomaban distancia sin dejar de registrar cada movimiento y gesto que hacíamos.
Detrás estaban mis acompañantes, que tampoco perdían detalle de lo inquietas que eran las manos del negro que, si no me hubiera dicho que trabaja en finanzas, yo hubiera jurado que era guardia de algún antro con estrictas reglas de seguridad que se quedó con el tic de pasar báscula automáticamente.
El asunto es que a cada rato llegaba alguien y se estacionaba frente a él para saludarlo y dos de ellos se fueron directamente a su entrepierna como quien se abalanza sobre alguien a quien ha extrañado mucho.
OK, ya entendí, me dije a mi mismo en lo que llega un pseudo hippie a improvisar una torpe escena de celos, a lo que mi acompañante responde jalándome hacia sí. Una historia de vida después (el tipo está feliz desde que lo corrieron de su empleo de asistente de maestro y viene regresando de Alaska, donde el pelo a la cintura debe ser lo último) se va y las luces del bar se prenden invitándonos a salir.
El tipo se disculpa y trata de convencerme que si saluda a toda esa gente es por ser polite y que con ninguno de ellos ha tenido sexo. También se disculpa por haber sido tan tocón y yo le digo que de eso no debe disculparse, que a mi ego le hacía falta una shaineada.
Se aleja un poco hacia la barra y le dice algo al barman, yo me acerco a mis amigos para preparar la retirada y un momento después regresa, lo presento y se despide de mi con un abrazo apretado, dejando en mi mano un papel doblado que meto en mi chaqueta.
Después de la carrilla de rigor y llegando a territorio mejor iluminado abro el papel con el temor de convertirme en la Tra-la-la de “Last Exit to Brooklyn”, pero todo lo que veo es un nombre escrito con cursiva, seguido por un numero de teléfono y un correo electrónico...
¿Y sus medidas?, te preguntarás mi querido Mapplethorpe.
Olvidó anotarlas, supongo.
sábado, noviembre 19, 2005
Yo sólo se...
...que no sé nada. Pero cómo me divierto.
Ah, y que la mejor idea que tuvieron en el ritual del sacramento matrimonial, es que le den la espalda a los invitados, de manera que no podamos intuir por el gesto del rostro de los novios los verdaderos sentimientos o las razones reales que los llevaron a ese altar...
No diré más.
Ah, y que la mejor idea que tuvieron en el ritual del sacramento matrimonial, es que le den la espalda a los invitados, de manera que no podamos intuir por el gesto del rostro de los novios los verdaderos sentimientos o las razones reales que los llevaron a ese altar...
No diré más.
jueves, noviembre 17, 2005
Wednesday, Doggy Wednesday
Yo sé que no es la mejor idea ir al cine los miércoles de dos por uno, pero resulta que era el día que tenía tiempo y tampoco pensaba pagar el boleto completo por ver algo probablemente me decepcionara. Este era el turno de “Chicken Little”.
Craso error: no la elección de la película sino que el día coincida con el que las familias telerines aprovechan para fingir una armonía de postín, de mitad de precio.
Le muestro mi boleto a una dependienta de encías enormes que debería tener prohibido sonreír y me dice que tengo que hacer fila para entrar a la sala. Volteo hacia donde termina la fila y todo lo que veo son parejas jóvenes con niños colgando de ellos como tumores que palpitan al ritmo de quiero palomitas. No me queda otra que voltear al suelo y contar los agujeros de mis botas Catherpillar.
Termino el conteo y ningún avance, volteo hacia el final de la fila que ha ido aumentando de tamaño detrás de mi y casi me desmayo cuando entre esa multitud veo una cara conocida. Bueno, de hecho nos conocemos algo más que la cara, pero el caso es que lo tengo de frente, flanqueado por una mujer que carga un niño en los brazos y otro le jala la blusa. Él carga el más pequeño, pero podría jurar que él espera el cuarto con esa barriga que está en lugar de ese vientre plano que yo conocí no hace mucho tiempo... Quiero que la tierra me trague, pero La Tierra -al igual que Dios- no cumple antojos ni endereza homosexuales.
Me dispongo a preparar el Plan B, a checar de memoria la cartelera y ver las otras opciones que tengo pero me interrumpe el avance de la gente hacia la sala. Too late!
“Chicken Little” estuvo bien a secas, pero yo no dejé de pensar durante toda la película que ése pudo ser mi destino.
Craso error: no la elección de la película sino que el día coincida con el que las familias telerines aprovechan para fingir una armonía de postín, de mitad de precio.
Le muestro mi boleto a una dependienta de encías enormes que debería tener prohibido sonreír y me dice que tengo que hacer fila para entrar a la sala. Volteo hacia donde termina la fila y todo lo que veo son parejas jóvenes con niños colgando de ellos como tumores que palpitan al ritmo de quiero palomitas. No me queda otra que voltear al suelo y contar los agujeros de mis botas Catherpillar.
Termino el conteo y ningún avance, volteo hacia el final de la fila que ha ido aumentando de tamaño detrás de mi y casi me desmayo cuando entre esa multitud veo una cara conocida. Bueno, de hecho nos conocemos algo más que la cara, pero el caso es que lo tengo de frente, flanqueado por una mujer que carga un niño en los brazos y otro le jala la blusa. Él carga el más pequeño, pero podría jurar que él espera el cuarto con esa barriga que está en lugar de ese vientre plano que yo conocí no hace mucho tiempo... Quiero que la tierra me trague, pero La Tierra -al igual que Dios- no cumple antojos ni endereza homosexuales.
Me dispongo a preparar el Plan B, a checar de memoria la cartelera y ver las otras opciones que tengo pero me interrumpe el avance de la gente hacia la sala. Too late!
“Chicken Little” estuvo bien a secas, pero yo no dejé de pensar durante toda la película que ése pudo ser mi destino.
miércoles, noviembre 16, 2005
Lab-erinto
Doy un salto y caigo en la zanja, esperando que Solín entienda el mensaje y corra hacia otro lado. Escucho cómo se cimbra el piso asumiendo que el hombre que me persigue saltó también y empiezo a correr entre los pasillos de barro de este laberinto.
Intento ver hacia dónde avanzó Solín, pero sólo siento su ausencia en la mano con que lo sostenía minutos antes. Estoy entre la angustia de lo que pueda pasarle a él y lo que tendré que enfrentar yo cuando me encuentre ante un pasillo sin salida, de frente al robusto enemigo que sigue mis pasos.
Justo dejo escapar ese pensamiento y me detengo ante el final de un pasillo sin salida y volteo apretando mis puños, tratando de ocultar mi miedo. Mientras más se acerca el hombre, menos grande y temeroso me parece e instintivamente deshago mis puños, bajo la guardia.
No es Kalimán, más bien parece Popeye y su rostro duro se ilumina al dibujarse una sonrisa ladeada al tenerlo apenas a unos centímetros de distancia y oler su aliento agridulce...
Me apresuro a besarlo y despierto con los labios húmedos y una erección mañanera pulsando con más fuerza que de costumbre.
Intento ver hacia dónde avanzó Solín, pero sólo siento su ausencia en la mano con que lo sostenía minutos antes. Estoy entre la angustia de lo que pueda pasarle a él y lo que tendré que enfrentar yo cuando me encuentre ante un pasillo sin salida, de frente al robusto enemigo que sigue mis pasos.
Justo dejo escapar ese pensamiento y me detengo ante el final de un pasillo sin salida y volteo apretando mis puños, tratando de ocultar mi miedo. Mientras más se acerca el hombre, menos grande y temeroso me parece e instintivamente deshago mis puños, bajo la guardia.
No es Kalimán, más bien parece Popeye y su rostro duro se ilumina al dibujarse una sonrisa ladeada al tenerlo apenas a unos centímetros de distancia y oler su aliento agridulce...
Me apresuro a besarlo y despierto con los labios húmedos y una erección mañanera pulsando con más fuerza que de costumbre.
martes, noviembre 15, 2005
Up-date
Sábado:
Trabajo (sí, trabajo los sábados, perdónenme la vida)
Cine (no pensé que pudiera haber película más horrenda y ridícula que “Como agua para chocolate”, pero está confirmado: se llama “Mar de Sueños” y al parecer todo el mar que da título al bodrio se quedó en las mejillas de Angélica María que parecen a punto de reventar a cada minuto)
Casa: A cambiarse, porque con esa facha de chilango en fin de semana en Acapulco que traía, yo mismo me sentía taaan incómodo que no me atreví a seguir la noche con semejante outfit, que Halloween ya tiene dos semanas que pasó.
Peda: Tour por diversos bares del perro, muchas cervezas de gorra, baile y...
Aguaje: El de cerca de mi casa, donde ya casi me hablan de tú y me tiene listos los botes bien helados.
After: Madonna a todo lo que da, gracias a la piratería tan comprensiva (también vinieron Rafaela Carrá, Bola de Nieve, Los Panchos, Annie, los que no se como se llaman pero No doubt hizo un cover de esa estupenda canción y una novedad: ¡Fangoria no sonó!)
Domingo:
Despertar en una cama que no es mía, rodeado por una hilera de fiambres roncando que es un placer, parecía concierto de Carmina Burana.
Desayuno: Tacos de cabeza y burritos de frijol con harta coca-cola y pan con nutella (todo muy light).
Más sueño, más tele-basura y más sueño.
Cena: caldo de pollo y más sueño.
Lunes
...Trabajo (terminé mis artículos pendientes sin quedar muy contento con el resultado, pero pues) y más sueño....
Trabajo (sí, trabajo los sábados, perdónenme la vida)
Cine (no pensé que pudiera haber película más horrenda y ridícula que “Como agua para chocolate”, pero está confirmado: se llama “Mar de Sueños” y al parecer todo el mar que da título al bodrio se quedó en las mejillas de Angélica María que parecen a punto de reventar a cada minuto)
Casa: A cambiarse, porque con esa facha de chilango en fin de semana en Acapulco que traía, yo mismo me sentía taaan incómodo que no me atreví a seguir la noche con semejante outfit, que Halloween ya tiene dos semanas que pasó.
Peda: Tour por diversos bares del perro, muchas cervezas de gorra, baile y...
Aguaje: El de cerca de mi casa, donde ya casi me hablan de tú y me tiene listos los botes bien helados.
After: Madonna a todo lo que da, gracias a la piratería tan comprensiva (también vinieron Rafaela Carrá, Bola de Nieve, Los Panchos, Annie, los que no se como se llaman pero No doubt hizo un cover de esa estupenda canción y una novedad: ¡Fangoria no sonó!)
Domingo:
Despertar en una cama que no es mía, rodeado por una hilera de fiambres roncando que es un placer, parecía concierto de Carmina Burana.
Desayuno: Tacos de cabeza y burritos de frijol con harta coca-cola y pan con nutella (todo muy light).
Más sueño, más tele-basura y más sueño.
Cena: caldo de pollo y más sueño.
Lunes
...Trabajo (terminé mis artículos pendientes sin quedar muy contento con el resultado, pero pues) y más sueño....
viernes, noviembre 11, 2005
Lady Dilemma
Estoy en un conflicto ético y estético: tengo que mandar un artículo sobre Pasolini que no he terminado y otro sobre una expo que me da pena mandarlo como está porque parece escrito por Teresa del Conde y yo seré muy iconoclasta y tal, pero nunca me había dado por la gerontofilia.
A veces el teclado lo traiciona a uno, pues... ¿y qué hace uno?
1. Llorar
2. Anexar una explicación del artículo
3. Hacer un mapa de ideas
4. Reportarte enfermo
5. Mentir (oops!, repetido)
6. Corregirlo
7. Agarrar los párrafos y desordenarlos y proclamarte Dadaísta
8. (Dadá no era un artista)
9. Mandarlos corregir al Imparcial (je!)
10. Ponerte a trabajar como se debe
11. Tumbarte el rollo
12. Zzzzzzzzzzzzzzzz
A veces el teclado lo traiciona a uno, pues... ¿y qué hace uno?
1. Llorar
2. Anexar una explicación del artículo
3. Hacer un mapa de ideas
4. Reportarte enfermo
5. Mentir (oops!, repetido)
6. Corregirlo
7. Agarrar los párrafos y desordenarlos y proclamarte Dadaísta
8. (Dadá no era un artista)
9. Mandarlos corregir al Imparcial (je!)
10. Ponerte a trabajar como se debe
11. Tumbarte el rollo
12. Zzzzzzzzzzzzzzzz
martes, noviembre 08, 2005
¿Socialismo o Muerte?
Lo peor no es que exista gente pendeja sino que tengan opinión propia e iniciativa. El asunto es cuando se les paga para que tengan iniciativa y sólo la usen para ostentar su pendejez, como ha hecho Fox, nuestro flamante presidente con relación a la postura del presidente argentino a la integración económica latinoamericana.
Es igualito a cuando te invitan muy a huevo a una fiesta y te la pasas criticando desde el catering hasta la decoración, hablando pestes de todo lo que te comes de a gratis pero que apenas puedes articular palabras de la empachada que te estás dando.
Para nadie es una revelación la magnitud del desatino de nuestro inefable mandatario, pero cuando le da material a todo el mundo para que haga mofa de los mexicanos, los resquicios de nacionalismo que todos llevamos dentro (aunque no nos sepamos el himno) empiezan a retorcerse y encienden la mecha, esa que se parece a la olímpica que apagaron a orines unos co-nacionales en Grecia.
Se acerca el fin del mandato de Vicente y nos queda la triste impresión de que fuimos gobernados por una pareja compuesta por un mal comediante y una arpía con aspiraciones peronistas.
La primera vez que emití un voto estábamos a finales de los ochenta y fui a la urna como quien va a escoger a la reina de la graduación, con un optimismo a prueba de balas y sin tener la más mínima idea de nada, fascinado por mi recién estrenada mayoría de edad, pensando que ya no tendría que hacer caras y vestirme como mamarracho para que me dejaran entrar a ver las películas de adultos y que de alguna manera también había dejado de ser la tentación que viaja en tranvía para tanto pederastra rondando por ahí.
Seguía siendo virgen y no tenía idea de cuántos años más habrían de pasar para despojarme de mi mustiedad pueblerina que tanto gracia le hacía a mi compañero del Cobach, que me daba raite de vez en cuando haciéndome preguntas que me hacían sonrojar y me impedían verle directamente a sus verdes y rasgados ojos pícaros, como si tan sólo miralos me hundiera en el fango que ahora es mi colchón.
Mis hormonas no sabían de partidos políticos, a pesar del panismo inaudito de mi familia, emocionada años atrás con la posibilidad nunca cumplida de Rosas López como gobernador.
Frente a mi casa había un señor naquísimo que pertenecía al PPS y tan sólo ver la calidad de familia populista, cantando a todo pulmón canciones de Pedro Infante y Yolanda del Río tuve clara mi primera lucidez política: nunca votar por partidos que combinen en su logo el color rosa y las palabras popular-socialista, que a mi me sonaban a música auto-conmiserativa, señores cornudos (mi papá se cogió a su esposa, eugh!) y embarazos no deseados. Como todavía no sabía quién era Rosa Luxemburgo, ahora tan en boca de un oligofrénico Hugo Chávez. Me temo que eso de que cada quien tiene el gobierno que se merece no habla bien ni de mi ni de todos mis amigos.
Es igualito a cuando te invitan muy a huevo a una fiesta y te la pasas criticando desde el catering hasta la decoración, hablando pestes de todo lo que te comes de a gratis pero que apenas puedes articular palabras de la empachada que te estás dando.
Para nadie es una revelación la magnitud del desatino de nuestro inefable mandatario, pero cuando le da material a todo el mundo para que haga mofa de los mexicanos, los resquicios de nacionalismo que todos llevamos dentro (aunque no nos sepamos el himno) empiezan a retorcerse y encienden la mecha, esa que se parece a la olímpica que apagaron a orines unos co-nacionales en Grecia.
Se acerca el fin del mandato de Vicente y nos queda la triste impresión de que fuimos gobernados por una pareja compuesta por un mal comediante y una arpía con aspiraciones peronistas.
La primera vez que emití un voto estábamos a finales de los ochenta y fui a la urna como quien va a escoger a la reina de la graduación, con un optimismo a prueba de balas y sin tener la más mínima idea de nada, fascinado por mi recién estrenada mayoría de edad, pensando que ya no tendría que hacer caras y vestirme como mamarracho para que me dejaran entrar a ver las películas de adultos y que de alguna manera también había dejado de ser la tentación que viaja en tranvía para tanto pederastra rondando por ahí.
Seguía siendo virgen y no tenía idea de cuántos años más habrían de pasar para despojarme de mi mustiedad pueblerina que tanto gracia le hacía a mi compañero del Cobach, que me daba raite de vez en cuando haciéndome preguntas que me hacían sonrojar y me impedían verle directamente a sus verdes y rasgados ojos pícaros, como si tan sólo miralos me hundiera en el fango que ahora es mi colchón.
Mis hormonas no sabían de partidos políticos, a pesar del panismo inaudito de mi familia, emocionada años atrás con la posibilidad nunca cumplida de Rosas López como gobernador.
Frente a mi casa había un señor naquísimo que pertenecía al PPS y tan sólo ver la calidad de familia populista, cantando a todo pulmón canciones de Pedro Infante y Yolanda del Río tuve clara mi primera lucidez política: nunca votar por partidos que combinen en su logo el color rosa y las palabras popular-socialista, que a mi me sonaban a música auto-conmiserativa, señores cornudos (mi papá se cogió a su esposa, eugh!) y embarazos no deseados. Como todavía no sabía quién era Rosa Luxemburgo, ahora tan en boca de un oligofrénico Hugo Chávez. Me temo que eso de que cada quien tiene el gobierno que se merece no habla bien ni de mi ni de todos mis amigos.
lunes, noviembre 07, 2005
Bailando
Con los huesos desencajados, el fémur dislocado y el cuerpo muy mal, pero con una gran vida social: así pasa cuando te entregas al hedonismo y bailas al ritmo de la inconciencia, sudando alcohol en lo que te mueves al ritmo sincopado y espasmódico de la electrónica.
Te da igual que haya quienes te ven con esa mirada de porqué-eres-tan-feliz?, tiesos como de gel, con actitud de el mundo no se merece a mi ni a mi peinado.
Hacía rato que no bailaba como contratado, olvidándome de que afuera hay una ciudad hostil y autocomplaciente, enamorada de sus propios defectos como estratégica actitud auto-saboteadora.
A cada cambio de beat, movía mis brazos y mis piernas, sacudiéndome las miradas y los malos rollos, como en un fashion-temazcal, quitándome la camisa y exprimiéndole el encono, purificándome con cerveza Tecate y whiskey conmemorativo.
Al final, terminé besando al sapo incapaz de convertirse en príncipe: un sapo con muy buen aliento, pero incómodo con su condición, ignorante de que el día que se convierta en príncipe perderé todo interés.
Y ahí vamos Bárbara Morris et moi, cantando a Valeria Lynch a todo pulmón en el camino de regreso, esperando que el sol nos sorprenda para ver si se nos cae la cara de vergüenza.
Pero no.
(También festejaba tu cumple, Negra, sólo me faltaron esos tacos de canasta)
Te da igual que haya quienes te ven con esa mirada de porqué-eres-tan-feliz?, tiesos como de gel, con actitud de el mundo no se merece a mi ni a mi peinado.
Hacía rato que no bailaba como contratado, olvidándome de que afuera hay una ciudad hostil y autocomplaciente, enamorada de sus propios defectos como estratégica actitud auto-saboteadora.
A cada cambio de beat, movía mis brazos y mis piernas, sacudiéndome las miradas y los malos rollos, como en un fashion-temazcal, quitándome la camisa y exprimiéndole el encono, purificándome con cerveza Tecate y whiskey conmemorativo.
Al final, terminé besando al sapo incapaz de convertirse en príncipe: un sapo con muy buen aliento, pero incómodo con su condición, ignorante de que el día que se convierta en príncipe perderé todo interés.
Y ahí vamos Bárbara Morris et moi, cantando a Valeria Lynch a todo pulmón en el camino de regreso, esperando que el sol nos sorprenda para ver si se nos cae la cara de vergüenza.
Pero no.
(También festejaba tu cumple, Negra, sólo me faltaron esos tacos de canasta)
viernes, noviembre 04, 2005
Jar of...
Y resulta que vamos a un restaurante africano.
Y resulta que es un insulto para la hambruna en África que sea chic ir a comer a un lugar donde uno esperaría que te caiga la comida del cielo en bolsas de la ONU, envueltas en buenas intenciones y rellenas de arroz y no perecederos varios.
Y resulta que en la carta todo lo que vemos suena a todo menos a África: no nos traen el frasco para soltar las moscas y nos ponen cubiertos como si éstos fueran artículos de primera necesidad en ese continente.
Y para colmo, el menú incluye pollo, carne y exotiqueces tropicales que tengo en duda formen parte de la dieta del africano promedio.
Aunque si hablamos de promedio africano tendríamos que hablar de desnutrición infantil, sida, sobreexplotación de flora y fauna para beneficio de todo el mundo menos de sus dueños naturales.
Ahí donde pareciera ser el inicio de todo, donde la naturaleza se imaginó jardín botánico y galería de especies animales inimaginables, algunas sólo conocidas por medio de Animal Planet o el Discovery Channel. Ahí donde vemos niños de hermosos ojos negros rodeados de una fotogénica naturaleza como testigo de la muerte por inanición de una madre que deja su último suspiro en una última gota de leche de su pecho flácido para mal alimentar a su retoño de tres meses que suerte tiene si llega con vida al siguiente.
Releo el menú y me encuentro con el kus-kús que en la novela de Ciryl Collard sirvió de venganza racial musulmana, servido con una sonrisa y un guiño de ojo hacia adentro, como es el odio que no se atreve a decir su nombre.
Me decido por una ensalada a base de lechuga, aceitunas negras y un aderezo agridulce a base de fresas y me sigo preguntando cuántas de éstas puede comerse al año un africano, y me retumba en los tímpanos la broma que yo mismo hice:
-¿Cómo que vamos a un restaurante africano? Si los africanos no comen, tienen un contrato de exclusividad con el hambre y con National Geographic, para que sus fotógrafos sigan ganando premios internacionales, lucrando con la miseria y el sentimiento de culpa global: tan autocomplaciente él, como inútil.
Ya decía yo que era mejor idea ir por un hot-dog o unos tacos de carne asada, que cuando mucho te remiten a una vaca muerta que a nadie hace llorar.
¿Qué no puede comer uno agusto?
Y resulta que es un insulto para la hambruna en África que sea chic ir a comer a un lugar donde uno esperaría que te caiga la comida del cielo en bolsas de la ONU, envueltas en buenas intenciones y rellenas de arroz y no perecederos varios.
Y resulta que en la carta todo lo que vemos suena a todo menos a África: no nos traen el frasco para soltar las moscas y nos ponen cubiertos como si éstos fueran artículos de primera necesidad en ese continente.
Y para colmo, el menú incluye pollo, carne y exotiqueces tropicales que tengo en duda formen parte de la dieta del africano promedio.
Aunque si hablamos de promedio africano tendríamos que hablar de desnutrición infantil, sida, sobreexplotación de flora y fauna para beneficio de todo el mundo menos de sus dueños naturales.
Ahí donde pareciera ser el inicio de todo, donde la naturaleza se imaginó jardín botánico y galería de especies animales inimaginables, algunas sólo conocidas por medio de Animal Planet o el Discovery Channel. Ahí donde vemos niños de hermosos ojos negros rodeados de una fotogénica naturaleza como testigo de la muerte por inanición de una madre que deja su último suspiro en una última gota de leche de su pecho flácido para mal alimentar a su retoño de tres meses que suerte tiene si llega con vida al siguiente.
Releo el menú y me encuentro con el kus-kús que en la novela de Ciryl Collard sirvió de venganza racial musulmana, servido con una sonrisa y un guiño de ojo hacia adentro, como es el odio que no se atreve a decir su nombre.
Me decido por una ensalada a base de lechuga, aceitunas negras y un aderezo agridulce a base de fresas y me sigo preguntando cuántas de éstas puede comerse al año un africano, y me retumba en los tímpanos la broma que yo mismo hice:
-¿Cómo que vamos a un restaurante africano? Si los africanos no comen, tienen un contrato de exclusividad con el hambre y con National Geographic, para que sus fotógrafos sigan ganando premios internacionales, lucrando con la miseria y el sentimiento de culpa global: tan autocomplaciente él, como inútil.
Ya decía yo que era mejor idea ir por un hot-dog o unos tacos de carne asada, que cuando mucho te remiten a una vaca muerta que a nadie hace llorar.
¿Qué no puede comer uno agusto?
martes, noviembre 01, 2005
Conjugándo-me
Llego a la taquilla del cine y digo sin lubricante de por medio:
-Yo, Puta.
La dependienta me responde con una pregunta:
-¿De las 7:50?
-Sí, contesto con cara del que va a pedir información a Doble-A y ya lo tienen en el atril, con toda la gente de frente esperando escuchar salir del micrófono tu historia desgarradora, el conteo matemático-trágico de todo lo que perdiste por la bebida, de lo mucho que te arrepientes y las tantas veces que has tratado de dejarla sin lograrlo.
Entro a la sala, me chuto el interminable desfile de comerciales y avances de películas, esperando ser sorprendido por una película con un cartel y un trailer pretencioso, a medio camino entre el comercial de condones y el de desodorante.
Odio ser tan suspicaz: la película es más mala que pegarle a la nana y, ciertamente, cualquier comercial de Axe tiene más morbo, mejor estética y es mucho más honesto que este bodrio tímidamente moralista, fashion a huevo, con un tufillo academicista de bostezo y con unas actuaciones (las reales y las ficticias, da lo mismo) malísimas.
Salgo del cine con un carón, voy al baño, meo, me acerco al espejo y me digo a mi mismo:
-Tú: más puta y más interesante...
... y sin tanta luz neón ni lencería barata ni verborrea pseuo-netófila.
¡Obras son amores, bonita! Mejor dedícate a la academia que al cine no le hace falta tu mal gusto. Ya tiene suficiente.
-Yo, Puta.
La dependienta me responde con una pregunta:
-¿De las 7:50?
-Sí, contesto con cara del que va a pedir información a Doble-A y ya lo tienen en el atril, con toda la gente de frente esperando escuchar salir del micrófono tu historia desgarradora, el conteo matemático-trágico de todo lo que perdiste por la bebida, de lo mucho que te arrepientes y las tantas veces que has tratado de dejarla sin lograrlo.
Entro a la sala, me chuto el interminable desfile de comerciales y avances de películas, esperando ser sorprendido por una película con un cartel y un trailer pretencioso, a medio camino entre el comercial de condones y el de desodorante.
Odio ser tan suspicaz: la película es más mala que pegarle a la nana y, ciertamente, cualquier comercial de Axe tiene más morbo, mejor estética y es mucho más honesto que este bodrio tímidamente moralista, fashion a huevo, con un tufillo academicista de bostezo y con unas actuaciones (las reales y las ficticias, da lo mismo) malísimas.
Salgo del cine con un carón, voy al baño, meo, me acerco al espejo y me digo a mi mismo:
-Tú: más puta y más interesante...
... y sin tanta luz neón ni lencería barata ni verborrea pseuo-netófila.
¡Obras son amores, bonita! Mejor dedícate a la academia que al cine no le hace falta tu mal gusto. Ya tiene suficiente.
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