El 2005 nos dejó quejas y más quejas de quienes menos esperaríamos: los grandes monopolios mediáticos e industriales: la industria cinematográfica se queja de que la afluencia de público bajó un porcentaje considerable para sus bolsillos y la industria discográfica sigue en el lamento por el poder y alcance de la piratería. Eso sí, en ningún momento se cuestionan si la calidad del producto que ofrecen cumple las expectativas de los consumidores, a quienes tratan como subnormales (en el mejor de los casos).
Pues subnormal, borrego y todo lo que quieran, el respetable ha demostrado con un elocuente desinterés quién manda en el show-business. Bajita la mano -como quien nada tiene que decir- su ausencia y silencio han hecho temblar a la industria del entretenimiento que no haya como atraer su atención de vuelta como esposa resentida renuente a volver al redil.
Fuera de los excepcionales desempeños en taquilla de la franquicia británica Harry Potter y uno que otro garbanzo de a libra, las salas de cine no lucieron este año la tendencia que parecía tener en un principio y la curva de la felicidad va de picada. La industria de la música intenta reinventarse y resurgir de las cenizas gracias a la Internet, pero la sombra de la piratería acecha constantemente, eclipsando cualquier triunfalismo.
El cine, que a su primer siglo de edad y enfrentando los replanteamientos que las nuevas tecnologías traen consigo, se encuentra en la encrucijada de seguir manteniendo el sistema blockbuster, cuando la tecnología de alta definición estandariza costos e introduce un elemento antes impensable en un negocio como este: la democracia participativa (ahora, con mucho menos recursos y el mismo talento se pueden hacer productos de calidad y con una frescura que hace tiempo perdió el mainstream).
El peor engendro con el que está lidiando el medio fue el mismo que ellos crearon, sus propios Frankenstein: los actores triple A, las estrellas de millones de dólares como Julia Roberts, Cameron Díaz, John Travolta, Tom Hanks y un largo etcétera, apenas comparable con el fenómeno Top-Model que inauguraron Cindy Crawford y Naomi Campbell, veteranas de la moda que ejemplifican las ventajas y desventajas de sobre-inflar la imagen y capacidad como estrategia mercadotécnica, tiro que está a punto de salirles por la culata.
El 2006 se antoja un año de muchos cambios donde la globalización y las políticas económicas significan un gran reto a sortear para todas las industrias, sobre todo para las que trabajan con las ideas, la información, la imagen y los productos de consumo masivo...
¿Habrá lugar en este momento para el optimismo?
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