lunes, enero 17, 2005

San Peter of the Cave (versión corregida)

Neófito y más bien indiferente a las historias campiranas, este fin de semana me reconcilié con el mundo rural sonorense.
No es que hayamos estado peleados, sino que la indiferencia era masomenos recíproca y esa barrera no hay manera de derribarla si no es por un tercero en acordia.
El Memo me invitó a su pueblo, San Pedro de la Cueva, un lugar que encontré extrañamente familiar, de un origen rural que mal que bien todos tenemos por ahí, barrido debajo del tapete cosmopolita (Obregón, Hermosillo, las grandes metrópolis...ja!)
El caso es que agarramos carretera y el paisaje semidesértico se desplegó ante nosotros con su mejor cara, un clima inmejorable y un guía evidentemente enamorado con cada kilómetro de carretera que recorrimos.
La termoeléctrica semi-solar, la cementera, la promesa del centro del mundo en un hotel lejano de la sierra, el arbolito testigo de más de una historia erótica y un camino lleno de historia e historias personales o prestadas o inventadas. No importa, el imaginario rural idealizado da para mucho.
Nácori Grande (¿cómo será el chico?), las mujeres lavando o haciendo tortillas y los hombres en la chacota a la orilla de la carretera.
Mazatán, la sodoma de la región según me dicen, moderna y desprejuiciada, es decir incomprendida y vilipendiada como toda puta de pueblo.
Mátape, pueblo antiquísmo rebautizado como Villa Pesqueira por algún burócrata capricho.
La presa que se comió a Batuc, que presume su hazaña coronando con el pico de un casco de iglesia su eventual grandeza.
San Pedro de la Cueva, que yo me imaginaba dentro de una cueva en realidad es el reflejo de un agujero en un cerro multicolor.
Un lugar donde el tiempo se niega a dar de sí, en amasiato con la voluntariosa personalidad del Río Moctezuma.
Rincones insospechados de un aura medieval que no imaginé, un cielo sobrebordado de estrellas e intensamente azul que apenas da chance a los cerros de mostrar sus sinuosas curvas.
La historia de los fusilamientos de Villa fue mi favorita.
La imagen de los hombres del pueblo haciendo fila para ser sacrificados me pareció totalmente fascinante, pero sobre todo la de Villa al no resistir la tentación de matar al sacerdote local, pidiendo por la vida de los feligreses.
Lo que no les perdono es que hayan erigido mártir al padre, como si la vida con sotana tuviera mayor valor que las otras.
Eso habla de un ligero tufo a mochez, al parecer, inherente al mundo rural mexicano.
Ni hablar: chal y misario, dice el comisario.
El caso es que, contra todos los pronósticos, me gustó mucho el pueblo y su historia. Me trajo a la memoria mi infancia y las visitas al rancho de mi madre en Nayarit, un pueblillo a las faldas del río donde mi abuela tenía su casa justo frente a la iglesia. ¡Qué cruz!
Una casa con un patio enorme lleno de frutales de mango y guanábana, una cocina amplia con una alacena colgante y un comal enorme donde cada mañana, la abuela Eluteria torteaba hábilmente la masa de maiz con la parvada de chamacos alrededor esperando el regalo a medio coser en forma de burrito con sal.
La vida era sencilla y generosa entonces, y sólo por volver a sentir eso valió la pena este pequeño y rústivo tour.

Gracias, Memo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Los grupos de gente que se junta en las esquinas por las tardes ahí en San Peter, son mejor conocidos como "mentideros", no se si se les llame así en otros pueblos... Julia

Manuel dijo...

Pos sepa como se les llame en otra parte, tu. Pero lo que me pregunto yo es si sólo los varones del pueblo tienen derecho a oraganizar mentideros en las esquinas, supongo que las esquinas apropiadas por mujeres no tienen tan buena reputación...