Dice la finada Berlanga: “deja la lujuria un mes, y ella te abandona tres”, así que tengo que apurarme porque por lo visto Doña Lujuria es implacable y tres meses de celibato es algo que nadie en su sano juicio debería tolerar, a no ser que haya hecho los votos y se los tome en serio.
Tal vez será que lo que necesito es un claustro para que salgan mis demonios internos y encuentre arousing hasta el trapeador con que limpia uno los pisos de piedra caliza en los que camino descalzo, arrastrando el hábito y el rosario de culpas que traigo amarrado a la cintura, tan largo como el velo de novia de Lady D.
Anoche que platicaba con unos amigos (una doctora pop y un pintor sinaloense) me di cuenta de eso cuando en la conversación se coló el tema del último revolcón que tuvimos. Todos tenían fresco en la memoria el aroma a sexo menos yo, que casi casi me pasaban en sepia las imágenes de mi último recuerdo erótico. Tres semanas para nuestro gremio equivale a meses y no es para nada algo de qué presumir, es algo que raya en la patología.
No es que la presión social ejerza demasiada influencia en mi, pero el capital erótico siempre es algo que hay que cultivar y exhibir, lo opuesto no precisamente.
Tengo que confesar, sin embargo, que me embarga (viva la cacofonía) la pereza sexual, el desgano glamoroso de Margherite Gauthier que tose y tose fingiéndose flemática cuando en realidad se atraganta con toda la semilla de varón que ha consumido la mustia.
Mustio no soy mucho, ni tragón como la Gauthier pero me gusta la languidez coronada por camelias, lástima que sea alérgico a las flores y a la cursilería, no podría ser carne de literatura ni del Dumas ni de la Cartland.
Tal vez lo que necesite sea un poco de violencia doméstica para reavivar mi deseo como Angelina Jolie y Brad Pitt en el churrito estridente que estrenaron este fin de semana, que con unos puñetazos y unas patadas encarrilaron de nuevo su matrimonio. Aunque en mi caso tendré que (a falta de réplica) proponerme como víctima propiciatoria de algún ataque homofóbico, que no faltará algún ciudadano samaritano que cumpla mis incipientes expectativas masoquistas y me saque de esta pereza endémica.
4 comentarios:
Perdone que se lo diga, pero me consuela saber que si Doña Lujuria, caprichosa y celosa, es implacable, lo es con todos. No pocas veces, ante su brutal abandono, me veo empujado a plantearme ingresar en el Carmelo o en un claustro cartujano de una vez por todas. Pero luego recupera uno la confianza y descarta la idea cuando tropieza con fotos de Josh Lucas. Gracias por mostrarlas. Tiene que haber más joshlucas a este y a ese lado del Atlántico.
Saludos, Manuel.
Creo, Mr. Vipére que ese es el problema. Derrepente mi líbido se ha rebelado y no quiere saber nada que descienda el nivel de su majestad Lucas. Lo del convento lo consideraría si y solo si me permiten hacer el casting de mis compañeros de orden, que la lujuria encerrada debe tener sus encantos escondidos bajo la falda.
Te entiendo taaaan bien Manuel...
Gracias y bienvenido rusted, a veces es más agradable un buen revolcón, pero cuando éstos escasean la ironía y el sarcasmo son buen sustituto (temporal, sólo temporal).
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