jueves, septiembre 30, 2004

Zen

Ayer, en mi clase de yoga me sentí tan bien, tan en armonía con mi cuerpo y con mi entorno que me empecé a preocupar. Inmediatamente salí de mi introspección repentina y giré mi vista hacia la derecha. Ahí estaba ella, la anoréxica que hace las posturas perfectas, con una arrogancia que me puso de vuelta en mi lugar.
No hace ni dos meses que ella y un tipo que parece barilarín de Milton Gío (para quienes recuerden) vinieron a romper con la armonía de los que aún batallamos con algunas de las posturas y contorsiones.
No sé si es envida por esos cuerpazos que se cargan (aunque a ella le faltan nalgas para mi gusto, pero supongo que esto es el primer síntoma de anorexia) o simple y secillamente que el instructor dejó de prestarnos atención a nosotros para festejar cada movimiento de estos dos advenedizos.
Me siento como cuando, después de 5 años de ser el bebé de la casa, nació mi hermana menor y todas las atenciones se volcaron hacia ese amasijo deforme de carnes inmaculadas.
Dice mi madre que el nombre de mi hermana menor me lo debe a mí: que en la discusión sobre cómo se llamaría el engendro les dije cándidamente: ¡Pónganle Angelitos de Oro!
Ella está por graduarse y se llama María de los Angeles, gracias a su servidor. Mi familia no sospechó en su momento mi precoz sarcasmo.

2 comentarios:

sylvíssima dijo...

¿Dónde debe firmar uno para sumarse a este post? Porque a mí me consta que al profe ya no le importamos todos los demás, que si bien no alcanzamos el nirvana sí nos tocamos los dedos gordos de los pies.

maldita la (casi) perfección de los otros...

cowgirl dijo...

gracias a quein tenga que darlas porque no eres mi hermano mayor.... imagina a donde habria ido a parar mi hermoso nombre de princesa.... ( ya se que te da envidia) jajajaja