Me estoy lavando los dientes frente al espejo roto que me regaló mi hermana.
En realidad no me lo regaló roto sino que al moverlo a mi departamento hace dos semanas lo recargué mal en la pared de mi recámara, resbaló y cayó.
Ibamos de salida cuando escuchamos el golpe. Yo me asomé y vi que se había roto de un extremo.
Nada que un crazy-glue no arregle, pensé yo. Ora que si eso es el presagio de varios años de mala suerte no hay quien me ampare. Descreído como soy por convicción estrábica.
La parte dañada la puse abajo, así que sólo cuando me quiero ver de cuerpo completo me acuerdo de ella.
Entretenido cepillando mi lengua me encuentro más canas en mi cabello. Una que otra se asoma por entre la mata rojiza que crece como la maleza y que ahora que decidí dejar de rapármelo se rebela con más invitados níveos que te recuerdan que el tiempo no perdona.
Desde pequeño tuve canas, pero ahora asoman sin necesidad de fijarse mucho y tomando en cuenta que ya pasé los treinta era de esperarse. Para la vejez nunca está listo uno.
Me acuerdo de hace unos tres o cuatro años. En la casa de la playa de Ietza había una reunión de “intelectuales”, donde eramos nosotros los invitados exóticos, papel reservado a los gay cuando los geeks dominan el panorama.
Esa vez estaba la madre de Ietza, una hematóloga consumada y el resto eran investigadores del Colegio de la Frontera Norte, casi todos trabajando rollos demográficos.
Había uno que además de geek y homosexual, era pitonisa. Empezó a leer las manos del que se atravesara y mi entonces novio se emocionó.
A mi siempre me ha inspirado cierta desconfianza esos rollos quirománticos, pero a insistencia del novio accedí a regañadientes.
-Primero tú. Le dije.
La pitonisa con PhD le tomó la mano y le miró a los ojos de una manera que me despertó unos celos que me costó trabajo disimular.
-¡Qué cosas tan bonitas tienes dentro! Dijo
Querrás decir debajo de la ropa, pensé yo en voz baja.
-Tus sueños y tus pensamientos son de una dulzura inusual. ¿Quieres preguntarme algo del futuro?
-Sí. Dijo el novio. Quiero saber si me voy a volver a enamorar.
Me estaba viendo de reojo y no sabía cómo reaccionar ante tal pregunta cuando escuché:
-Sí, con ese corazón te vas a enamorar varias veces y sufrirás alfunos desamores.
-Ahora tú. Me dijo el novio y yo accedí dudoso. Extendí mi mano izquierda y después de un rato de examinar mi palma me dijo:
-Eres muy sexual, te riges por el deseo y eres muy determinante. Pero te entregas y lo das todo sin reservas cuando te enamoras.
Mucho gusto Barbara Cartland, pensé fingiendo una despreocupación que no existía.
-Pregúntale si te vas a volver a enamorar. Me dijo el entonces novio y por lo visto urgido en dejar de serlo después de casi dos años de estiras y aflojes.
No ocupé preguntar nada. La Yesenia express parecía tan eficiente como las fortune cookies de la comida china:
-Tal vez a los 31, pero debes tener cuidado.
Aparté mi mano, ahora sí sin disimular mi enfado y me dirigí a hacerme otra bebida.
El resto de la noche fuimos ostentosamente cariñosos uno con el otro. Incomodando un poco al resto de la concurrencia, permanecimos en la alfombra abrazados, besándonos a cada intervención de uno de nosotros en la plática, con el riesgo de quedar pegados al piso de tanta miel derramada de emergencia.
Hace unos meses se acabaron mis 31 y lo único que se me atravesó fueron dos proyectos, ambos fallidos. Uno de ellos, sobrevalorado por sí mismo y por los que le rodean y el otro subestimado más por sí mismo que por los demás.
De seguro habrá alguno que esté medianamente completo (por más contrasentido que sea), pero de seguro pasará por mi lado sin siquiera notarme o sin que yo lo note.
Las canas que están en mis sienes las puedo cubrir con Just for Men o Colestone 2000, pero ¿hay algún borrador para las palmas de las manos?
1 comentario:
Las palmas de tus manos se borran tocando otras manos.
Publicar un comentario