Todo se reduce a que el humor de uno amanezca desacomodado.
Ya con eso tiene el carroñero destino para ponerte de frente con el desencuentro.
Lo curioso es todo el polvo que guarda uno debajo de la alfombra de la amistad, porque uno en nombre de esa idealizada figura retórica se calla muchas cosas.
Que si a favor de una hipotética armonía, que si por una mal entendida condescendencia, el caso es que siempre hay algo esperando debajo de la lengua.
Algo que tiene que salir bajo cualquier pretexto para no envenenar nuestra saliva más de lo necesario.
Llega el momento donde uno tiene que escupirlo, y así lo vistas de las palabras más amables en el fondo está ese guardadito que uno le tiene a los amigos.
Quien me conoce, sabe que es muy poco lo que me guardo, pero ese poco debe ser algo considerable, sobre todo aquello por lo que puedo también ser juzgado.
Pendejo no soy.
De un comentario frívolo a otro de pronto soy un amargado y un malcogido, incluso entre un elogio y otro.
Tal vez tengo que reconocer, tristemente, que me falta ese pequeño grado de estupidez necesario para ser FELIZ.
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