martes, marzo 22, 2005

SIDEWAYS...

La ciudad en semana santa siempre está irreconocible, pacífica, semiabandonada y a diferencia de otros lugares esa desolación y abandono le sienta bien.
Puede uno ir a trabajar -porque yo no soy burócrata ergo no tengo vacaciones- sin que el tráfico me entretenga más de lo debido, puedo caminar en las tardes sin poner en riesgo mi equipo ante la pésima cultura vial de los sonorenses, puedo ir al cine sin que las prepotentes familias me aturdan de su ruidajo de gallinero a punto de ser sacrificado, puedo incluso quedarme en casa a leer -que es más de lo que he hecho- sin que el ajetreo de los vecinos me moleste.
¿Dónde me gustaría estar si tuviera vacaciones?
Ahora que vi Sideways se antojó volver a recorrer esos viñedos que rodean el Valle de Napa, ese paisaje mediterráneo que parece todo menos América. Cercano a una postal europea, el paisaje es un ensueño en colores cálidos y terrosos, un calor disfrutable y apacible que se disfruta descansando en la terraza de una réplica de alguna hacienda vinícola europea (los gringos son especialistas en las réplicas), probando el vino de la casa con algún dip de tomate con queso filadelfia.
Es el escenario perfecto para el romance de postal, el fotogénico, el armónico, el irreal pues, en el que nada puede ir mal.
Yo como Jack, que todos los vino le parecían buenos, mientras Miles le decía que la uva la cortaron antes de tiempo, que tiene demasiada azúcar, que le faltó proceso y para mi unos eran mejores que otros pero sin tener la precisión del porqué.
Dicen que el mejor vino es el que le gusta a uno y pues yo con el vino me porto buena onda, aunque aquí lo haya desplazado por la cerveza.
Mi viaje a los viñedos (tenemos unos muy buenos en el Valle de Guadalupe, en Tecate, B.C., by the way) de California fue un aprendizaje que va más allá de refinar mi paladar, que se ha especializado en otros productos.
Fue un viaje de iniciación con un guía generoso que luego resultó ser un pretendiente. Lo bueno es que lo noté hasta el final del tour y pude fingir demencia de la manera más amable.
Mike, se llama. Nunca le agradecí lo suficiente, pero supongo que no estuve dispuesto a agradecérselo de la manera que él quería.
Me llevó a la casita donde se filmó "Los pájaros" de Hitchcook, al lugar donde el mismo director hizo "Charade" o "Vértigo", la casa del higadito Robbin Williams en SF, al Russian River y las hamburguesas fabulosas que se comen ahí, un lugar de descanso para la clase pudiente de la zona.
Lo que más me gustó fue el paso por los viñedos, las demostraciones por las que pasamos y que terminamos con una sonrisa constante, los labios morados y las mejillas rojas de lo borrachos que quedamos.
El acoholismo tiene su lado glamoroso, no cabe duda.

2 comentarios:

Miguel dijo...

No se por que, pero la descripcion del local y del romance que nunca fue me recuerdan a Neruda.

Me gusta como escribes... y ojala se le haya hecho al pobre Mike--aunque no contigo.

Pero debo decir que no estoy de acuerdo contigo en eso del alcoholismo. Espero que haya sido broma, de las que he leido varias en tu blog. Tal vez mi objecion sea por experiencia personal al crecer con un padre que lo fue... pero al cabo, te dejo con tu cerveza y tu melancolia.

Happy Holy Week

Manuel dijo...

Pues te diré Miguel, el lado glamoroso del alcoholismo sólo es un lado, no lo dije de broma.
Y como el glamour no se sostiene por mucho tiempo termina siendo tristemente patético, como todas las cosas que se pudren.
Yo he estado rodeado de alcohólicos toda mi vida, de hecho vivo en una cultura donde el alcoholismo es casi deporte local, entonces me puedo dar el lujo de encontrarle diferentes lados y escoger el más luminoso para amenizar mi relato.
Siento que tu experiencia te haya hecho alcohofóbico, pero no es mi caso.
Happy Holy Week for you too.