Si hay algo que me molesta de los vergones es que dan por hecho muchas cosas. El desempeño, entre ellas.
Generalmente, cuando los hombres están generosamente equipados tienden a confiar demasiado en si mismos y eso puede resultar decepcionante por decir lo menos y aburrido para ser justos.
En el argot gay la máxima siempre es la búsqueda no sólo de la belleza masculina, sino de las proporciones descomunales, como quien busca el tótem perdido. No estoy para nada en contra de esto, ni en contra de los miembros que sobrepasan la media. Reconozco que como fantasía resultan bastante estimulantes, pero los penes tienen la mala costumbre de ir pegados a una persona y no siempre se merecen uno a la otra: hay veces que uno se merece un altar y el otro un bostezo, cuando mucho.
Por eso creo que eso de cría fama y échate a dormir ha hecho mucho daño: a unos por ir como abejas a la miel y a otros por ponerle demasiada miel a sus hotcakes.
Y mejor aquí le paro, que este no es un blog pornográfico...aunque me brille el pelo por tanto profesionalismo.
lunes, octubre 31, 2005
viernes, octubre 28, 2005
Isis con velo
Y de pronto ella se fue. No supimos más de su fleco asimétrico ni de sus tatuajes, ni de sus botas de chilanga banda, ni de sus velos negros, ni sus anillos. De pronto, el templo quedó vacío y triste, sin la risa franca y la voz dulce de Isis.
Ya los viernes y los sábados no fueron los mismos. Nuestra decadencia no tuvo más el escenario que se merece a las 3 de la madrugada, no hubo un rincón donde esconder el pudor ni una letrina llena de orcos trenzando pasiones o golpes que advierten cuando el deseo es sólo un viaje de ida.
Hoy, Osiris -un Paco rebautizado a capricho de su amada- se duerme temprano y con los calcetines puestos para soñar a tiempo con ella, para no perderse uno sólo de sus bailes hipnóticos en que contonea sus carnes generosas apenas cubiertas por los insuficientes siete velos, esos que a cada giro mudaban a nubes de algodón falseando el escenario de ventanas rotas y paredes resquebrajadas.
De pronto un día llega la otra, la copia mal hecha de Isis -su doppelgänger- sostenida en una andadera y sobreactuando una cojera que era más bien discapacidad estética, mal cálculo escénico o recurso conceptual apantalla-bobos. La vi y me dije: ¿y esa qué se cree? Todavía no se enfría el muerto y ya viene reclamando la herencia de nuestra atención, pensando que el alcoholismo sólo ve siluetas y que cualquier pieza puede dar forma al rompecabezas gótico del delirio.
No. Isis no usaba mechas de $50, ni collares de caracol, ni artilugios baratos para atraernos a su red negra. Su telaraña adornada de anillos era el abrazo que nos recibía en el portón, donde bastaba que nos vendiera a $30 la caguama y entráramos a su templo bailando a Pixies, haciendo el ridículo impunemente y esperando el primer rayo de luz para huir despavoridos, dejando estelas de ceniza con rumbos inciertos.
Ya los viernes y los sábados no fueron los mismos. Nuestra decadencia no tuvo más el escenario que se merece a las 3 de la madrugada, no hubo un rincón donde esconder el pudor ni una letrina llena de orcos trenzando pasiones o golpes que advierten cuando el deseo es sólo un viaje de ida.
Hoy, Osiris -un Paco rebautizado a capricho de su amada- se duerme temprano y con los calcetines puestos para soñar a tiempo con ella, para no perderse uno sólo de sus bailes hipnóticos en que contonea sus carnes generosas apenas cubiertas por los insuficientes siete velos, esos que a cada giro mudaban a nubes de algodón falseando el escenario de ventanas rotas y paredes resquebrajadas.
De pronto un día llega la otra, la copia mal hecha de Isis -su doppelgänger- sostenida en una andadera y sobreactuando una cojera que era más bien discapacidad estética, mal cálculo escénico o recurso conceptual apantalla-bobos. La vi y me dije: ¿y esa qué se cree? Todavía no se enfría el muerto y ya viene reclamando la herencia de nuestra atención, pensando que el alcoholismo sólo ve siluetas y que cualquier pieza puede dar forma al rompecabezas gótico del delirio.
No. Isis no usaba mechas de $50, ni collares de caracol, ni artilugios baratos para atraernos a su red negra. Su telaraña adornada de anillos era el abrazo que nos recibía en el portón, donde bastaba que nos vendiera a $30 la caguama y entráramos a su templo bailando a Pixies, haciendo el ridículo impunemente y esperando el primer rayo de luz para huir despavoridos, dejando estelas de ceniza con rumbos inciertos.
martes, octubre 25, 2005
Pain
No sé que tengo, doctor. Creo que tengo todo.
Me duele el cuerpo, los huesos, las piernas, atrás de los ojos...
¿Que me encuere, doctor? Chale, no le haga, que me siento en una película del Güero Castro y no soy Angélica Chaín ni Sasha Montenegro.
Ándele pues, pero que conste que no entiendo su insistencia.
¿Y no me puede poner el termómetro en la axila o recetarme algo tomado o inyectado?
Mire que yo ya superé, o al menos eso creía, mi etapa anal.
Pos yo sé que usted es el doctor, pero yo soy el paciente y ¿quién es el que paga aquí?
¿Cómo qué síntomas?..
¿Voces, ruidos, visiones...? Ni que estuviera lo...oiga: ¿qué clase de doctor es usted?
Ya no me mire más las piernas....
No....
no...
no...
¿Qué si dónde me duele?
Aquí adentro...
No sé...
empieza aquí dentro y luego....
Me duele el cuerpo, los huesos, las piernas, atrás de los ojos...
¿Que me encuere, doctor? Chale, no le haga, que me siento en una película del Güero Castro y no soy Angélica Chaín ni Sasha Montenegro.
Ándele pues, pero que conste que no entiendo su insistencia.
¿Y no me puede poner el termómetro en la axila o recetarme algo tomado o inyectado?
Mire que yo ya superé, o al menos eso creía, mi etapa anal.
Pos yo sé que usted es el doctor, pero yo soy el paciente y ¿quién es el que paga aquí?
¿Cómo qué síntomas?..
¿Voces, ruidos, visiones...? Ni que estuviera lo...oiga: ¿qué clase de doctor es usted?
Ya no me mire más las piernas....
No....
no...
no...
¿Qué si dónde me duele?
Aquí adentro...
No sé...
empieza aquí dentro y luego....
lunes, octubre 24, 2005
Descapotable
Cuando les da por hurgar en el fondo del baúl de los grandes, no estoy seguro quién salga ganando realmente, porque ni el nombre ni el prestigio de Truman Capote necesitaban atizadas. Ahora, mis expectativas con esa nueva vieja novela que acaban de editar de mi autor norteamericano favorito, están que suben y bajan al ritmo de raeggetón.
La respuesta siempre está en la mano del que mece la cuna de este levantamuertos editorial: está por estrenarse CAPOTE, la película que hicieron sobre el proceso de escritura de A Sangre Fría y justo sale a la luz Summer Crossing, novela inédita encontrada en el ropero de diporqué dime abuelita, di porqué eres viejita y no te gusta brincar.
Si ya Plegarias Atendidas daba señas del mal rato que el destino estaba haciendo pasar al otrora enfant terrible, no creo que le hiciera mucha gracia que le sacaran con peine piojero todo aquello que por alguna razón había dejado para el olvido.
No cabe duda que la muerte y la impunidad son parientes cercanas, pero si sirve de consuelo para sus fans procuren el rescate que hizo la revista Gatopardo de una autoentrevista (no las inventó Almodóvar) genial que se hizo Truman, dando muestras de que nadie como él para hablar de Capote.
La respuesta siempre está en la mano del que mece la cuna de este levantamuertos editorial: está por estrenarse CAPOTE, la película que hicieron sobre el proceso de escritura de A Sangre Fría y justo sale a la luz Summer Crossing, novela inédita encontrada en el ropero de diporqué dime abuelita, di porqué eres viejita y no te gusta brincar.
Si ya Plegarias Atendidas daba señas del mal rato que el destino estaba haciendo pasar al otrora enfant terrible, no creo que le hiciera mucha gracia que le sacaran con peine piojero todo aquello que por alguna razón había dejado para el olvido.
No cabe duda que la muerte y la impunidad son parientes cercanas, pero si sirve de consuelo para sus fans procuren el rescate que hizo la revista Gatopardo de una autoentrevista (no las inventó Almodóvar) genial que se hizo Truman, dando muestras de que nadie como él para hablar de Capote.
sábado, octubre 22, 2005
Pesadillas
Me gusta de la fiebre que parece que entre sueños vives dentro de una película de terror, un mundo que está vivo en tu subconsciente, lleno de personajes que te acechan por debajo de la almohada y que salen del techo de tu recámara.
Cuando era niño, mis peores pesadillas eran de guerra: me acostaba con la congoja de saber que en ese mismo momento, en alguna parte del mundo alguien apenas un poco mayor que yo se encontraba agazapado en alguna selva lluviosa con un rifle como única compañía y protección.
Luego sentía un vértigo indescriptible cuando me ponía a pensar en el fin del mundo, en lo que hay más allá de todo, en lo pequeñitos e insignificantes que somos como humanos. Sólo me calmaba rezando y pidiendo por la paz mundial, cual precoz concursante a Srita. México.
Cuando era niño, mis peores pesadillas eran de guerra: me acostaba con la congoja de saber que en ese mismo momento, en alguna parte del mundo alguien apenas un poco mayor que yo se encontraba agazapado en alguna selva lluviosa con un rifle como única compañía y protección.
Luego sentía un vértigo indescriptible cuando me ponía a pensar en el fin del mundo, en lo que hay más allá de todo, en lo pequeñitos e insignificantes que somos como humanos. Sólo me calmaba rezando y pidiendo por la paz mundial, cual precoz concursante a Srita. México.
viernes, octubre 21, 2005
Grumpy I
Me pudre en la gente...
-que vayas a comer con ello(a)s al mismo lugar de siempre y ven el menú como quien ve la Biblia por primera vez y lo hojea como si se tratara de un tratado shintoísta. Horas para decidirse y optan por un platillo poco común en su dieta para después cambiar de opinión y ordenar lo de siempre.
-que llegue la hora de la cuenta y se haga el occiso a la hora de soltar prenda para la propina (también está la versión del que pide cuentas separadas para no comprometerse en lo más mínimo).
-pida agua al mesero y le aclare: de la llave, no me vaya a traer la botellita (claro, después te dicen como si no hubieras entendido que el restaurantero lo que quiere es hincarte el diente con el agua embotellada habiendo corriente).
-que pidan limonada y hielo aparte para hacerla rendir más.
-que te pregunten porqué tienes jeta o traes tan poco apetito después de la odisea.
-que te presume un disco con un grupo muy fregón y nunca deje correrlo, adelantándolo y regresándolo buscando la que más le gustó y según su lógica mundana me gustará a mi.
- que te pregunten qué película quieres ver cuando ya tienen los boletos para la de Vin Disel.
- que te pregunten si quieres coger cuando lo único que falta quitarse son los calcetines.
- que te pidan que lo(a)s esperes para venirse y a la hora de la hora se vienen antes que uno y sólo ponen cara de ups! (lo que es equivalente a un baldazo con cubitos de hielo).
-que te inviten a su casa y te pregunte a ti, si traes condones.
-que besen como si fuera un trámite equivalente a sacar las placas.
-que digan me gustas mucho y no se les pare: bienvenido sea el sialis y la hipocresía anatómica.
-que digan te traía muchas ganas y las únicas ganas sean las mías: de irme.
-que te digan asombrados cómo lees porque ven dos libros y una revista en tu mesita de noche.
-que te digan qué ricas llantitas.
-... creo que la idea era esa.
Mejor me callo: me pudren las quejas.
-que vayas a comer con ello(a)s al mismo lugar de siempre y ven el menú como quien ve la Biblia por primera vez y lo hojea como si se tratara de un tratado shintoísta. Horas para decidirse y optan por un platillo poco común en su dieta para después cambiar de opinión y ordenar lo de siempre.
-que llegue la hora de la cuenta y se haga el occiso a la hora de soltar prenda para la propina (también está la versión del que pide cuentas separadas para no comprometerse en lo más mínimo).
-pida agua al mesero y le aclare: de la llave, no me vaya a traer la botellita (claro, después te dicen como si no hubieras entendido que el restaurantero lo que quiere es hincarte el diente con el agua embotellada habiendo corriente).
-que pidan limonada y hielo aparte para hacerla rendir más.
-que te pregunten porqué tienes jeta o traes tan poco apetito después de la odisea.
-que te presume un disco con un grupo muy fregón y nunca deje correrlo, adelantándolo y regresándolo buscando la que más le gustó y según su lógica mundana me gustará a mi.
- que te pregunten qué película quieres ver cuando ya tienen los boletos para la de Vin Disel.
- que te pregunten si quieres coger cuando lo único que falta quitarse son los calcetines.
- que te pidan que lo(a)s esperes para venirse y a la hora de la hora se vienen antes que uno y sólo ponen cara de ups! (lo que es equivalente a un baldazo con cubitos de hielo).
-que te inviten a su casa y te pregunte a ti, si traes condones.
-que besen como si fuera un trámite equivalente a sacar las placas.
-que digan me gustas mucho y no se les pare: bienvenido sea el sialis y la hipocresía anatómica.
-que digan te traía muchas ganas y las únicas ganas sean las mías: de irme.
-que te digan asombrados cómo lees porque ven dos libros y una revista en tu mesita de noche.
-que te digan qué ricas llantitas.
-... creo que la idea era esa.
Mejor me callo: me pudren las quejas.
jueves, octubre 20, 2005
I Heart NY
Me siento sucio.Tengo cuatro días sin leer La Jornada y eso hace mucho mal a mi fama de intelectual de izquierda. ¿Qué voy a platicar con mis amigos alternativos y contraculturales?, ¿Cuáles? Esos: los que ahogan su conciencia social en el interior de una caguama Pacífico, como señal inequívoca de una somnolienta trasgresión.
¿El alcoholismo es una trasgresión... o la drogadicción? Mmmh... No sé. Cuando una actitud trasgresora se convierte en la norma pierde su esencia: supongo, pero eso no lo quita su appeal, ¿o sí?
¿La homosexualidad es una trasgresión... o la bisexualidad? Mmmh... Tampoco sé, cuando una orientación sexual te da prestigio -aunque este sea restrictivo a ciertos escenarios- ¿gana o pierde? Tampoco sé, pero supongo que eso depende de cómo manejes esa transitoria fascinación hetero por la sexualidad “disidente”, que tarde o temprano mostrará su verdadero rostro:___________________(llene el espacio en blanco).
El domingo pasado compré La Jornada (algo atípico en mi, pues generalmente la leo en línea) e hice lo que hago generalmente al hojearla: irme directamente a la sección de Espectáculos, buscar la reseña del Bonfil y pasarme a la sección de Cultura, que no traía mucho de interesante. Me gusta más leerla en Internet porque está más ordenada, puedo irme directamente a mis columnistas favoritos o a los temas de mi interés...
¿A quién quiero engañar si cuando hojeo el TvyNovelas en la fila del super siento ese vértigo que no me ofrece La Jornada o El Universal?
De ahora en adelante sólo leeré The New York Times... es que como nunca he estado en NY, lo amo.
¿El alcoholismo es una trasgresión... o la drogadicción? Mmmh... No sé. Cuando una actitud trasgresora se convierte en la norma pierde su esencia: supongo, pero eso no lo quita su appeal, ¿o sí?
¿La homosexualidad es una trasgresión... o la bisexualidad? Mmmh... Tampoco sé, cuando una orientación sexual te da prestigio -aunque este sea restrictivo a ciertos escenarios- ¿gana o pierde? Tampoco sé, pero supongo que eso depende de cómo manejes esa transitoria fascinación hetero por la sexualidad “disidente”, que tarde o temprano mostrará su verdadero rostro:___________________(llene el espacio en blanco).
El domingo pasado compré La Jornada (algo atípico en mi, pues generalmente la leo en línea) e hice lo que hago generalmente al hojearla: irme directamente a la sección de Espectáculos, buscar la reseña del Bonfil y pasarme a la sección de Cultura, que no traía mucho de interesante. Me gusta más leerla en Internet porque está más ordenada, puedo irme directamente a mis columnistas favoritos o a los temas de mi interés...
¿A quién quiero engañar si cuando hojeo el TvyNovelas en la fila del super siento ese vértigo que no me ofrece La Jornada o El Universal?
De ahora en adelante sólo leeré The New York Times... es que como nunca he estado en NY, lo amo.
miércoles, octubre 19, 2005
schermo=pantalla
Para quienes quieran ponerse al día o quieran enterarse de estrenos y no estrenos cinematográficos los invito a darse una vuelta por este blog.
Es brand new, pero no todos los textos lo son, se darán cuenta con los títulos de las películas comentadas.
Si no tiene nada que hacer, pásele: nomás limpiése las patrullas, apague la luz y agárre sus palomas (y no deje el cochinero que acosutmbra en la sala alguna gente, porfas).
Es brand new, pero no todos los textos lo son, se darán cuenta con los títulos de las películas comentadas.
Si no tiene nada que hacer, pásele: nomás limpiése las patrullas, apague la luz y agárre sus palomas (y no deje el cochinero que acosutmbra en la sala alguna gente, porfas).
martes, octubre 18, 2005
La orgía que No
Yo tengo una postura más bien ambigua en cuanto al sexo en grupo: lo aplaudo y encuentro fascinante su dinámica, pero simple y sencillamente no es lo mío. En el fondo he de ser un candidato al Opus Dei esperando su credencial o simple y sencillamente un pudoroso sin remedio o un romántico incorregible casado con la peregrina idea que el sexo -como el amor- es cosa de dos.
Yo sé que suena contradictorio de un big-mouth como yo, pero la contradicción es tan chic últimamente, que no puedo más que ir with the flow.
Claro que tampoco me puedo dar baños de pureza, porque uno no puede andar por ahí opinando sobre todo sin conocer el asunto desde sus entrañas. Tal vez necesite cambiar la oración: después de probar sus variadas combinaciones descubrí que el sexo en grupo no es lo mío, y si el grupo es de gente que yo conozco o incluso amistades, le huyo como a la plaga. No sólo no es lo mío: no quiero ser ni testigo. Los rituales paganos heredados de nuestros decadentes imperios me parecen aún más decadente y aburridos cuando se hacen pensando ser la punta de lanza de un asunto que nació añejo.
Sin embargo, los bacanales me gustan, pero cuando llega el postre sexual, prefiero discriminar platillos y si de plano no hay algo que aporte novedad a mi dieta erótica, prefiero desaparecer como Houdini, que la ausencia también es presencia. ¡Añil!
Este fin de semana, después de la fiesta intercultural del recién convertido a treintañero y su banda inenarrable, decidimos alargar la fiesta hacia el amanecer, reduciendo el grupo que estaba indeciso entre el rave o el aguaje. Ganó el segundo y en cuestión de minutos nos ahogábamos de la risa con el disco de la tristemente célebre Jolette, la no menos ídem Lucía Méndez y su new-wave hit “Margarita de Cristal”, hasta que terminamos bailando “It's my Life” una y otra vez, convirtiéndose en el tema de la noche y el pretexto perfecto para sacar las tijeras y los cuchillos y acabar con las camisetas Calvin, Gap y Patito (fue un acierto haberme cambiado la Banana Republic por la de Radiohead, q.e.p.d.) hechas jiras.
La sorpresa fue la declaración anti-violencia muy al estilo Greenpeace de la Morris, que se quitó la ropa imitando a las top-models londinenses protestando contra los minks que ayudan a vender. Hay que reconocerle su ferviente pacifismo y su muy personal idea del Happening, lo que no la redimió de su cuchillofobia porque es hora que nos sigue reclamando nuestra arrebato de terroristas de la moda que sería las delicias de Joan -¡cómo te extraño!- Rivers.
Terminamos tirados unos encima de otros y no faltó la mano donde no debía o la lengua buscona, pero siempre está la nunca mejor ponderada opción de hacerse el dormido y el posterior ataque de amnesia. ¿Qué sería de nuestra integridad sin las trampas freudianas de la fe y el mejor invento del mundo que es el subconsciente: ese barril sin fondo?
Yo sé que suena contradictorio de un big-mouth como yo, pero la contradicción es tan chic últimamente, que no puedo más que ir with the flow.
Claro que tampoco me puedo dar baños de pureza, porque uno no puede andar por ahí opinando sobre todo sin conocer el asunto desde sus entrañas. Tal vez necesite cambiar la oración: después de probar sus variadas combinaciones descubrí que el sexo en grupo no es lo mío, y si el grupo es de gente que yo conozco o incluso amistades, le huyo como a la plaga. No sólo no es lo mío: no quiero ser ni testigo. Los rituales paganos heredados de nuestros decadentes imperios me parecen aún más decadente y aburridos cuando se hacen pensando ser la punta de lanza de un asunto que nació añejo.
Sin embargo, los bacanales me gustan, pero cuando llega el postre sexual, prefiero discriminar platillos y si de plano no hay algo que aporte novedad a mi dieta erótica, prefiero desaparecer como Houdini, que la ausencia también es presencia. ¡Añil!
Este fin de semana, después de la fiesta intercultural del recién convertido a treintañero y su banda inenarrable, decidimos alargar la fiesta hacia el amanecer, reduciendo el grupo que estaba indeciso entre el rave o el aguaje. Ganó el segundo y en cuestión de minutos nos ahogábamos de la risa con el disco de la tristemente célebre Jolette, la no menos ídem Lucía Méndez y su new-wave hit “Margarita de Cristal”, hasta que terminamos bailando “It's my Life” una y otra vez, convirtiéndose en el tema de la noche y el pretexto perfecto para sacar las tijeras y los cuchillos y acabar con las camisetas Calvin, Gap y Patito (fue un acierto haberme cambiado la Banana Republic por la de Radiohead, q.e.p.d.) hechas jiras.
La sorpresa fue la declaración anti-violencia muy al estilo Greenpeace de la Morris, que se quitó la ropa imitando a las top-models londinenses protestando contra los minks que ayudan a vender. Hay que reconocerle su ferviente pacifismo y su muy personal idea del Happening, lo que no la redimió de su cuchillofobia porque es hora que nos sigue reclamando nuestra arrebato de terroristas de la moda que sería las delicias de Joan -¡cómo te extraño!- Rivers.
Terminamos tirados unos encima de otros y no faltó la mano donde no debía o la lengua buscona, pero siempre está la nunca mejor ponderada opción de hacerse el dormido y el posterior ataque de amnesia. ¿Qué sería de nuestra integridad sin las trampas freudianas de la fe y el mejor invento del mundo que es el subconsciente: ese barril sin fondo?
sábado, octubre 15, 2005
Pandora
El deseo también es una caja de Pandora que una vez abierta no sabes hacia donde te va a llevar.
Hojeando libros me descubro mirando las tapas, buscando la foto del autor que más me estimule a leerlo, pero luego caigo en que para eso están las revistas.
En lo que la Concha hojea un libro de Deppar Shakra o como se llame yo me entretengo con la Ocean Drive y la Mens Health, me entero de la rutina de ejercicios de Usher, Tom Cruise, Ricky Martin (que la edad le ha sentado muy bien) y Matthew Mcwathever, quienes hablan de su cuerpo como de sus cuentas bancarias (en varios de ellos bien podría depositar el donativo que no hice a los damnificados del huracán Stan).
En la National Geographic entrevistan a un huraconólogo que explica la dinámica alfabética con que nombran a los huracanes cada temporada. El ingenuo reportero le pregunta qué pasaría si se les acaban las veintitantas letras del alfabeto para nombrar huracanes y elocuentemente contesta: si eso pasara, obviamente tenemos un problema mucho más grave por el cual preocuparnos.
Así me pasa a mi: ¿qué sucedería si se me acabaran las opciones eróticas mientras mi deseo crece como incontrolable niño loco?
Luis Buñuel dijo un día que, para él, llegar a la vejez significó un descanso de la tiranía del sexo, y creo que se a lo que se refiere: el deseo es un yunque, un felizómetro, una energía incontrolable e incomprensible, una bestia a punto de romper la jaula.
Es un tramposo metiéndote zancadillas en el momento que menos lo esperas y con quien menos imaginas. Y uno puede hacerse de la vista gorda, cerrar con doble candado la compuuerta, pero él siempre está latente: esperando un guiño un descuido un pretexto para soltar la bestia y mostrar que la civilidad y la prudencia es siempre una incómoda máscara.
Hojeando libros me descubro mirando las tapas, buscando la foto del autor que más me estimule a leerlo, pero luego caigo en que para eso están las revistas.
En lo que la Concha hojea un libro de Deppar Shakra o como se llame yo me entretengo con la Ocean Drive y la Mens Health, me entero de la rutina de ejercicios de Usher, Tom Cruise, Ricky Martin (que la edad le ha sentado muy bien) y Matthew Mcwathever, quienes hablan de su cuerpo como de sus cuentas bancarias (en varios de ellos bien podría depositar el donativo que no hice a los damnificados del huracán Stan).
En la National Geographic entrevistan a un huraconólogo que explica la dinámica alfabética con que nombran a los huracanes cada temporada. El ingenuo reportero le pregunta qué pasaría si se les acaban las veintitantas letras del alfabeto para nombrar huracanes y elocuentemente contesta: si eso pasara, obviamente tenemos un problema mucho más grave por el cual preocuparnos.
Así me pasa a mi: ¿qué sucedería si se me acabaran las opciones eróticas mientras mi deseo crece como incontrolable niño loco?
Luis Buñuel dijo un día que, para él, llegar a la vejez significó un descanso de la tiranía del sexo, y creo que se a lo que se refiere: el deseo es un yunque, un felizómetro, una energía incontrolable e incomprensible, una bestia a punto de romper la jaula.
Es un tramposo metiéndote zancadillas en el momento que menos lo esperas y con quien menos imaginas. Y uno puede hacerse de la vista gorda, cerrar con doble candado la compuuerta, pero él siempre está latente: esperando un guiño un descuido un pretexto para soltar la bestia y mostrar que la civilidad y la prudencia es siempre una incómoda máscara.
jueves, octubre 13, 2005
Mantenimiento: Inicio de temporada
Nunca he sido muy fan de los Sico, pero le pongo más pero a la marca de agua embotellada que trae el susodicho en la mano al salir del Oxxo: clásica marca patito a la que son afectos los contadores.
Tomo nota dejando que todo siga su curso: el clásico trámite de qué haces y sus derivados que se agotan mucho antes de llegar al lugar donde lo que sobran son las palabras, salvo para alguna indicación técnica. Resulta hasta cómico lo mecánico que puede ser el sexo-express sin dejar de ser gratificante.
Fuera de algunos encuentros leves que son más para no perder la condición que otra cosa, hacía rato que no tenía sexo a full (I mean, with intercourse and stuff) y debo reconocer que es tan necesario como sonarse bien la nariz o limpiarse a conciencia las orejas.
Y, repito: no tiene que ser el mejor sexo del mundo, que ése, si se da en la primera cita, es porque tuviste mucha suerte o estás tan borracho que todo lo sobre dimensionas. Basta que lo tomes como un servicio de mantenimiento a tu organismo y autoestima sin mayores pretensiones que la puesta al día tu credencial de socio del reino salvaje.
Te limpias el sudor (y lo que haga falta), te pones la ropa y puedes o no besar al en turno como señal de agradecimiento o complicidad, despidiéndote con la prisa nerviosa y la esperanza de no entrar en terrenos realmente íntimos (o al contrario, depende) o tener que inventar un número telefónico y una torpe excusa que deje claro el final del capítulo.
Y luego todo igual aunque con mejor sueño y al siguiente día inviertes ese orgasmo en otro menos intenso pero igual de útil, una sonrisa tempranera y un dolor en los muslos que te recuerdan que necesitas mejorar tu condición física, pues la moral hace mucho que dejó de tener remedio. Afortunadamente.
Tomo nota dejando que todo siga su curso: el clásico trámite de qué haces y sus derivados que se agotan mucho antes de llegar al lugar donde lo que sobran son las palabras, salvo para alguna indicación técnica. Resulta hasta cómico lo mecánico que puede ser el sexo-express sin dejar de ser gratificante.
Fuera de algunos encuentros leves que son más para no perder la condición que otra cosa, hacía rato que no tenía sexo a full (I mean, with intercourse and stuff) y debo reconocer que es tan necesario como sonarse bien la nariz o limpiarse a conciencia las orejas.
Y, repito: no tiene que ser el mejor sexo del mundo, que ése, si se da en la primera cita, es porque tuviste mucha suerte o estás tan borracho que todo lo sobre dimensionas. Basta que lo tomes como un servicio de mantenimiento a tu organismo y autoestima sin mayores pretensiones que la puesta al día tu credencial de socio del reino salvaje.
Te limpias el sudor (y lo que haga falta), te pones la ropa y puedes o no besar al en turno como señal de agradecimiento o complicidad, despidiéndote con la prisa nerviosa y la esperanza de no entrar en terrenos realmente íntimos (o al contrario, depende) o tener que inventar un número telefónico y una torpe excusa que deje claro el final del capítulo.
Y luego todo igual aunque con mejor sueño y al siguiente día inviertes ese orgasmo en otro menos intenso pero igual de útil, una sonrisa tempranera y un dolor en los muslos que te recuerdan que necesitas mejorar tu condición física, pues la moral hace mucho que dejó de tener remedio. Afortunadamente.
miércoles, octubre 12, 2005
Loco
No cabe duda que la peluquería es una especie de artesanía para la que se necesitan ciertas habilidades que se pulen con el tiempo. Anoche, por ahorrarme unos pesos le pedía a mi vecino y amigo me pasara la maquinita para rebajar al 2 mi ya contundente mata de pelo imitando un imberbe erizo.
Con un pulso dubitativo, mi peluquero emergente torturaba mi cráneo y nomás de pensar que esa mano podría ser de un cirujano se me pone piel chinita.
Decido hacer justicia por mi propia mano, agarro la máquina y la paso con enjundia por mis sienes, mi nuca, pero al llegar a la parte de arriba la carga se acaba y mi look está entre un mohicano y un prófugo La Castañeda.
En lo que se vuelve a cargar la pila del aparatejo, tomo uno de los libros a mi alcance y empiezo a leer un ensayo sobre la paradoja petrolera mexicana a principios de los ochenta, el comienzo del fin de un próspero país que cae en manos de la especulación internacional.
El tema me rebasa. Tomo el siguiente, el de Cristina Rivera Garza sobre un fotógrafo mexicano de los años veinte, obsesionado con una italiana primero y luego con una interna de La Castañeda, donde es contratado para hacer el registro gráfico de los pacientes. El fotógrafo en lo que parece su middle age crisis o algo parecido a una angustia existencial lista para ser narrada, revisa su archivo de fotos eróticas tomadas años atrás donde reconoce a una de las pacientes del manicomio.
Al leer la descripción de esas fotos me viene a la mente ese libro que me regalaron a principios de los noventa, una serie erótica de mujeres rollizas y cándidas de principios del siglo XX. Me lo regaló una amiga-pretendienta que seguro quería inducirme en el arte de apreciar la abundancia en carnes tan apreciada en el arte antiguo.
El libro (Casa de citas de no me acuerdo qué...) es bellísimo y aunque no consolidó mis escarceos heterosexuales, me dejó un catálogo que en sí mismo es ya un misterio y cada mujer una historia esperando a ser desempolvada: como la de Matilda Burgos.
Con un pulso dubitativo, mi peluquero emergente torturaba mi cráneo y nomás de pensar que esa mano podría ser de un cirujano se me pone piel chinita.
Decido hacer justicia por mi propia mano, agarro la máquina y la paso con enjundia por mis sienes, mi nuca, pero al llegar a la parte de arriba la carga se acaba y mi look está entre un mohicano y un prófugo La Castañeda.
En lo que se vuelve a cargar la pila del aparatejo, tomo uno de los libros a mi alcance y empiezo a leer un ensayo sobre la paradoja petrolera mexicana a principios de los ochenta, el comienzo del fin de un próspero país que cae en manos de la especulación internacional.
El tema me rebasa. Tomo el siguiente, el de Cristina Rivera Garza sobre un fotógrafo mexicano de los años veinte, obsesionado con una italiana primero y luego con una interna de La Castañeda, donde es contratado para hacer el registro gráfico de los pacientes. El fotógrafo en lo que parece su middle age crisis o algo parecido a una angustia existencial lista para ser narrada, revisa su archivo de fotos eróticas tomadas años atrás donde reconoce a una de las pacientes del manicomio.
Al leer la descripción de esas fotos me viene a la mente ese libro que me regalaron a principios de los noventa, una serie erótica de mujeres rollizas y cándidas de principios del siglo XX. Me lo regaló una amiga-pretendienta que seguro quería inducirme en el arte de apreciar la abundancia en carnes tan apreciada en el arte antiguo.
El libro (Casa de citas de no me acuerdo qué...) es bellísimo y aunque no consolidó mis escarceos heterosexuales, me dejó un catálogo que en sí mismo es ya un misterio y cada mujer una historia esperando a ser desempolvada: como la de Matilda Burgos.
lunes, octubre 10, 2005
¿Hedonismo es con “H”?
¿Les ha tocado sentir que tienen comezón en un lugar difícil de precisar ante ciertos temas o situaciones?
A mi me pasa con la globalifobia local, con el eco-facismo y todas esas vertientes stalinistas de asuntos políticamente correctos: pasando del feminismo al activismo gay, de las marchas pro-whatever a los teletones.
Quisiera estar a favor de las buenas intenciones pero si tan solo éstas fueran suficientes: cuando la buenaondez nace y florece sin el abono de la autocrítica se convierte en un ladrillo pesado e inútil que no construye nada, sólo diques que no dejan pasar el sentido común.
Yo, la verdá, no tendría cara para ir a gritarle a Jenny from the block, lo mala persona que es por traer encima una piel de zorro no porque no me de pendiente la situación ambiental sino por que hay que enfocar las causas y dimensionar las situaciones justamente: el único reproche que le tengo a la López es su falta de criterio para elegir papeles en el cine y su derivativo hip-hop bleach que nada hacen por la música negra o latina, pero no voy y se lo escupo en la cara porque me basta con no comprar su disco o no ir a ver su película (y no comprarme sus zorros).
Tampoco tendría cara para ir a una protesta contra la represión de unos estudiantes que se comportan como vándalos escudándose en la libertad de expresión, haciéndole un flaco favor a cualquier movimiento ciudadano serio. Cuando cualquier iniciativa ciudadana es secuestrada por el dogma de una tradición izquierdista, academicista, derechista o desmadrecista recalcitrante, enamorada del victimismo y la incomprensión absoluta no sólo me da una hueva enorme, sino un temor de que las cosas tomen indefectiblemente ese curso casi burocrático al sinsentido.
Por eso y porque la quincena se me acabó, quiero ser un yuppie, quiero volver a ser hijo de papi. Sólo que ya no tengo papi y no veo surgir de las profundidades ningún sugar daddy dispuesto a patrocinar mi conciencia social.
Quisiera ser como el punk que pide permiso y dinero a su mamá para ir a la tocada, o como el globalifóbico que se une a la caravana por la liberación de los presos en Sucre y se gana un boleto a Europa repitiendo como perico todos los lugares comunes bien intencionados, al gusto del nuevo mercado de la contra-cultura.
Quisiera ser anti-yanqui de los que van todos los fines de semana de compras a Tucsón o Douglas y hablan del diablo encarnado en George Bush comiéndose una hamburguesa en Carls Jr., que si tuvieran tan buena autocrítica como digestión otro gallo nos cantara.
Más bien lo que me urge es que llegue la quincena y que me pague mi jefe yanqui para poder seguir siendo el hedonista intermitente que me he propuesto ser.
A mi me pasa con la globalifobia local, con el eco-facismo y todas esas vertientes stalinistas de asuntos políticamente correctos: pasando del feminismo al activismo gay, de las marchas pro-whatever a los teletones.
Quisiera estar a favor de las buenas intenciones pero si tan solo éstas fueran suficientes: cuando la buenaondez nace y florece sin el abono de la autocrítica se convierte en un ladrillo pesado e inútil que no construye nada, sólo diques que no dejan pasar el sentido común.
Yo, la verdá, no tendría cara para ir a gritarle a Jenny from the block, lo mala persona que es por traer encima una piel de zorro no porque no me de pendiente la situación ambiental sino por que hay que enfocar las causas y dimensionar las situaciones justamente: el único reproche que le tengo a la López es su falta de criterio para elegir papeles en el cine y su derivativo hip-hop bleach que nada hacen por la música negra o latina, pero no voy y se lo escupo en la cara porque me basta con no comprar su disco o no ir a ver su película (y no comprarme sus zorros).
Tampoco tendría cara para ir a una protesta contra la represión de unos estudiantes que se comportan como vándalos escudándose en la libertad de expresión, haciéndole un flaco favor a cualquier movimiento ciudadano serio. Cuando cualquier iniciativa ciudadana es secuestrada por el dogma de una tradición izquierdista, academicista, derechista o desmadrecista recalcitrante, enamorada del victimismo y la incomprensión absoluta no sólo me da una hueva enorme, sino un temor de que las cosas tomen indefectiblemente ese curso casi burocrático al sinsentido.
Por eso y porque la quincena se me acabó, quiero ser un yuppie, quiero volver a ser hijo de papi. Sólo que ya no tengo papi y no veo surgir de las profundidades ningún sugar daddy dispuesto a patrocinar mi conciencia social.
Quisiera ser como el punk que pide permiso y dinero a su mamá para ir a la tocada, o como el globalifóbico que se une a la caravana por la liberación de los presos en Sucre y se gana un boleto a Europa repitiendo como perico todos los lugares comunes bien intencionados, al gusto del nuevo mercado de la contra-cultura.
Quisiera ser anti-yanqui de los que van todos los fines de semana de compras a Tucsón o Douglas y hablan del diablo encarnado en George Bush comiéndose una hamburguesa en Carls Jr., que si tuvieran tan buena autocrítica como digestión otro gallo nos cantara.
Más bien lo que me urge es que llegue la quincena y que me pague mi jefe yanqui para poder seguir siendo el hedonista intermitente que me he propuesto ser.
sábado, octubre 08, 2005
de patitas en la calle
Así es como puse a Arpía, que ya me estaba robando protagonismo y eso es algo imperdonable.
Hubo quienes me advirtieron que me iba a robar fans, pues adelante que no se puede robar lo que no se tiene, además que no hay peor pain in the ass que los fans (así, en plural).
De ahora en adelante, no me pregunten por ella, que si es tan chingona como dice bien podrá sostener su propio espacio en ese par de tacones Luouis Vuitton que desafían a la ley de la gravedad: la única ley que ella respeta.
Hubo quienes me advirtieron que me iba a robar fans, pues adelante que no se puede robar lo que no se tiene, además que no hay peor pain in the ass que los fans (así, en plural).
De ahora en adelante, no me pregunten por ella, que si es tan chingona como dice bien podrá sostener su propio espacio en ese par de tacones Luouis Vuitton que desafían a la ley de la gravedad: la única ley que ella respeta.
miércoles, octubre 05, 2005
Sísifo
Trato de quemar las calorías por si las flemas y la tos no son suficiente. Camino en círculos concéntricos dándole vuelta al discurso y a los recuerdos, apuro el paso cuando algo me viene a la mente y no me gusta... a punto estoy de trotar.
Siempre que no quiero enfrentar un tema camino y camino tanto que si pusiera en línea recta esos kilómetros de evasivas llegarían hacia donde estás tu.
Pero eso sería sólo si estar ahí fuera en realidad lo que quiero, pues cada vez que me acerco siento el mismo vértigo que una vez me invadió esperando el metro en el DF, o cuando me asomé del Golden Gate Bridge en SF.
No es que quisiera arrojarme a alguno de esos dos abismos, pero no deja de fascinarme la idea de mi cuerpo siguiendo la coreografía de la muerte, como en esa canción de Björk en la que vive en una montaña altísima y se detiene al borde del abismo imaginándose cómo sonaría su cuerpo estrellándose contra las rocas.
Pero me pasa igual contigo: mientras más me acerco más siento el impulso de alejarme. Por eso nuestra historia de amor se ha construido en la distancia, porque los años que jugamos al peligro de estar juntos fueron el combustible de una fantasía que persiste y se levanta y expira para volver a levantarse.
El domingo que encontré dos llamadas perdidas supe que eras tu y resistí sin éxito el impulso de llamarte de vuelta, pero todo es inútil para nosotros. Nos necesitamos en el momento equivocado para cada uno, como una misma estación con dos sintonías diferentes.
Anoche me llamaste y escuché por media hora cómo se acababa mi crédito en lo que me contabas la misma historia de siempre, la que me sé de memoria, la que sin embargo me dice que estás desandando tus pasos, reconciliándote con tu pasado, con tu familia y con la parte de esa historia que protagonizo yo.
Me preguntaste de nuevo si me siento a gusto acá y yo te mentí diciéndote que sí, que la última vez que estuve allá me di cuenta que no quiero regresar.
La verdad es que no estoy a gusto, pero tampoco quiero regresar.
La verdad es que no se lo que quiero.
Quiero mi bote de vuelta, quiero ser el navegante aventurero que nunca fui: el que no le teme a las profundidades y tiene en su pecera un tiburón.
Siempre que no quiero enfrentar un tema camino y camino tanto que si pusiera en línea recta esos kilómetros de evasivas llegarían hacia donde estás tu.
Pero eso sería sólo si estar ahí fuera en realidad lo que quiero, pues cada vez que me acerco siento el mismo vértigo que una vez me invadió esperando el metro en el DF, o cuando me asomé del Golden Gate Bridge en SF.
No es que quisiera arrojarme a alguno de esos dos abismos, pero no deja de fascinarme la idea de mi cuerpo siguiendo la coreografía de la muerte, como en esa canción de Björk en la que vive en una montaña altísima y se detiene al borde del abismo imaginándose cómo sonaría su cuerpo estrellándose contra las rocas.
Pero me pasa igual contigo: mientras más me acerco más siento el impulso de alejarme. Por eso nuestra historia de amor se ha construido en la distancia, porque los años que jugamos al peligro de estar juntos fueron el combustible de una fantasía que persiste y se levanta y expira para volver a levantarse.
El domingo que encontré dos llamadas perdidas supe que eras tu y resistí sin éxito el impulso de llamarte de vuelta, pero todo es inútil para nosotros. Nos necesitamos en el momento equivocado para cada uno, como una misma estación con dos sintonías diferentes.
Anoche me llamaste y escuché por media hora cómo se acababa mi crédito en lo que me contabas la misma historia de siempre, la que me sé de memoria, la que sin embargo me dice que estás desandando tus pasos, reconciliándote con tu pasado, con tu familia y con la parte de esa historia que protagonizo yo.
Me preguntaste de nuevo si me siento a gusto acá y yo te mentí diciéndote que sí, que la última vez que estuve allá me di cuenta que no quiero regresar.
La verdad es que no estoy a gusto, pero tampoco quiero regresar.
La verdad es que no se lo que quiero.
Quiero mi bote de vuelta, quiero ser el navegante aventurero que nunca fui: el que no le teme a las profundidades y tiene en su pecera un tiburón.
martes, octubre 04, 2005
Alta tensión
La semana pasada fue un infierno y supongo que eso simpre trae sus consecuencias. Por lo pronto, traigo una alergia de poca madre y un humor de esos que no querrán toparse conmigo en la cola de un banco o de lo que sea (menos tortillas, que esas están vetadas).
Y para aquellos que piensen que lo que necesito es sexo les doy toda la razón pero ojalá se atrevieran a decírmelo en mi cara para que conozcan lo filosa y efectiva que puede ser mi lengua en estos menesteres (que en los otros tengo ya club de fans, aunque ese es un campo muy competido, porque pregunten a cualquier joto que conozcan y todos les dirán lo eficientes que son oralmente. Habrá quienes se sobreestimen, pero de que le ponen empeño le ponen).
No sé si un lavado de cazuela sea lo que necesite en estos momentos, pero cualquier cosa relajante es bienvenida, incluso si son sustancias prohibidas.
Por lo pronto el cine me ha tratado muy bien: fui a ver “Haute Tension” y no pude dejar de identificarme con la furia desbocada del personaje principal, así que alejen sierras y cuchillos de mi camino, que no soy dado al autoflagelo.
También vi “Oldboy”, que es una muestra de que el cine oriental puede prescindir de la acrobacia marcial y contar con precisión y hasta poesía una buena historia.
La otra, “Flightplan”, es un ejercicio de tensión dramática muy al estilo clásico y viene a demostrarnos que Jodie Foster puede hacer los papeles que dejó de hacer Harrison Ford: tiene la misma jeta chueca (o era la nariz, ya no sé) y harta testosterona para repartir.
Me falta “Guardianes de la Noche”, que promete tanto que seguro me va a decepcionar. Ojalá me sorprendan estos rusos, cuyo mejor invento es la puñeta ídem.
Au revoir!
Y para aquellos que piensen que lo que necesito es sexo les doy toda la razón pero ojalá se atrevieran a decírmelo en mi cara para que conozcan lo filosa y efectiva que puede ser mi lengua en estos menesteres (que en los otros tengo ya club de fans, aunque ese es un campo muy competido, porque pregunten a cualquier joto que conozcan y todos les dirán lo eficientes que son oralmente. Habrá quienes se sobreestimen, pero de que le ponen empeño le ponen).
No sé si un lavado de cazuela sea lo que necesite en estos momentos, pero cualquier cosa relajante es bienvenida, incluso si son sustancias prohibidas.
Por lo pronto el cine me ha tratado muy bien: fui a ver “Haute Tension” y no pude dejar de identificarme con la furia desbocada del personaje principal, así que alejen sierras y cuchillos de mi camino, que no soy dado al autoflagelo.
También vi “Oldboy”, que es una muestra de que el cine oriental puede prescindir de la acrobacia marcial y contar con precisión y hasta poesía una buena historia.
La otra, “Flightplan”, es un ejercicio de tensión dramática muy al estilo clásico y viene a demostrarnos que Jodie Foster puede hacer los papeles que dejó de hacer Harrison Ford: tiene la misma jeta chueca (o era la nariz, ya no sé) y harta testosterona para repartir.
Me falta “Guardianes de la Noche”, que promete tanto que seguro me va a decepcionar. Ojalá me sorprendan estos rusos, cuyo mejor invento es la puñeta ídem.
Au revoir!
lunes, octubre 03, 2005
Björk pinta su raya
A partir de una búsqueda personal, exprimiendo desde su peculiar sensibilidad la música electrónica, el trabajo de Björk ha ido alejándose cada vez más de las fórmulas pop y se ha encerrado en una burbuja creativa que no siempre termina de conectar con quien escucha. Ya desde su refrescante debut como solista (a mediados de los noventa) se había dedicado a sacarle la vuelta a las clasificaciones para terminar encasillada como producto de lujo del snobismo.
Después del orquestal Vespertine (marcado por su experiencia en la película “Bailando en la Oscuridad”, de Lars Von Trier) donde sus ideas son complementadas por el dueto californiano Matmos, el rumbo de su música parecía incierto y dirigiéndose a la redundancia. Sin embargo, sorprendió a propios y extraños con Medulla, un regreso a las cavernas de la garganta que vino a confirmar su espíritu arriesgado y sirvió como filtro para una legión de admiradores que huían o se acercaban, confundidos por la movilidad creativa de la diva.
Quienes la catalogaron como inaccesible y megalómana tendrán ahora mucho material para destrozarla y quienes la aman incondicionalmente, tendrán que despabilarse porque Björk no sólo se desmarca cada vez más del universo pop, sino que a partir de su relación con el artista californiano Matthew Barney, reafirma inevitablemente su status de “figura de culto”.
Su último disco es la banda sonora de Drawing Restraint 9, largometraje de corte experimental autoría de Barney (creador también de “The Cremaster Cycle” una serie de productos audio-visuales cuya base conceptual es la escultura pero cuyo resultado es casi inclasificable) para el que Björk crea melodías de resonancias místicas que acompañan la historia de una pareja de extranjeros a bordo de un barco ballenero japonés, donde contraen matrimonio en una ceremonia tradicional shintoísta, religión ancestral cuyas deidades son fuerzas de la naturaleza.
A pesar de que sólo se escucha su voz en tres de los tracks, su estilo es totalmente reconocible a lo largo del disco, sobre todo por esa tendencia a integrar instrumentos desconocidos y manipularlos digitalmente de manera que se amalgaman casi orgánicamente. Tal como hiciera con trenes y máquinas en Selmasongs, en The music from Drawing Restraint 9 utiliza el mar y los buques para crear una paleta sonora que navega entre lo épico y lo trágico: una experiencia que será completa sólo acompañada por las imágenes creadas por Matthew Barney.
Todo parece indicar que la farándula musical ha perdido una estrella pop. Quizá Björk haya encontrado un camino de exploración menos limitante y más acorde con su personalidad tan críptica -a veces- como impredecible.
Después del orquestal Vespertine (marcado por su experiencia en la película “Bailando en la Oscuridad”, de Lars Von Trier) donde sus ideas son complementadas por el dueto californiano Matmos, el rumbo de su música parecía incierto y dirigiéndose a la redundancia. Sin embargo, sorprendió a propios y extraños con Medulla, un regreso a las cavernas de la garganta que vino a confirmar su espíritu arriesgado y sirvió como filtro para una legión de admiradores que huían o se acercaban, confundidos por la movilidad creativa de la diva.
Quienes la catalogaron como inaccesible y megalómana tendrán ahora mucho material para destrozarla y quienes la aman incondicionalmente, tendrán que despabilarse porque Björk no sólo se desmarca cada vez más del universo pop, sino que a partir de su relación con el artista californiano Matthew Barney, reafirma inevitablemente su status de “figura de culto”.
Su último disco es la banda sonora de Drawing Restraint 9, largometraje de corte experimental autoría de Barney (creador también de “The Cremaster Cycle” una serie de productos audio-visuales cuya base conceptual es la escultura pero cuyo resultado es casi inclasificable) para el que Björk crea melodías de resonancias místicas que acompañan la historia de una pareja de extranjeros a bordo de un barco ballenero japonés, donde contraen matrimonio en una ceremonia tradicional shintoísta, religión ancestral cuyas deidades son fuerzas de la naturaleza.
A pesar de que sólo se escucha su voz en tres de los tracks, su estilo es totalmente reconocible a lo largo del disco, sobre todo por esa tendencia a integrar instrumentos desconocidos y manipularlos digitalmente de manera que se amalgaman casi orgánicamente. Tal como hiciera con trenes y máquinas en Selmasongs, en The music from Drawing Restraint 9 utiliza el mar y los buques para crear una paleta sonora que navega entre lo épico y lo trágico: una experiencia que será completa sólo acompañada por las imágenes creadas por Matthew Barney.
Todo parece indicar que la farándula musical ha perdido una estrella pop. Quizá Björk haya encontrado un camino de exploración menos limitante y más acorde con su personalidad tan críptica -a veces- como impredecible.
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