Anoche platicando con una amiga me confesaba que no escribía últimamente en su blog porque no le había pasado nada como para contarlo, que todo lo que estaba viviendo últimamente rayaba en lo patético y no le gustaría que la gente conociera esa lado no tan luminoso que tiene toda vida que se digne.
Yo trataba de explicarle que ese lado gris de la vida también es material si no pretendes que el blog sea un vehículo para promocionarte como la excepción exitosa y siempre alegre, en el modelo a seguir de una vida imposible, un personaje siempre edificante con una moraleja en cada bolsillo para regalar a sus hipotéticos-cautivos lectores.
Ella me dijo que no y yo entendí después que esas cosas se las quiere guardar para ella.
Yo quiero creer que me guardo cosas para mi, pero intuyo que entre líneas siempre termina uno diciendo más de lo que debiera o quisiera exhibir.
Si uno tiene demasiado presente esas cosas, se pierde el encanto, para mi gusto. Así que me dejo de hacer esas preguntas y me olvido quién puede estar leyendo y haciéndose una idea de mi que tal vez no sea la que busco, en caso de que buscara crearme una imagen, convertirme en un personaje.
Ese es un problema que se escapa de las manos de cualquiera, así que me relajo y cierro los ojos para esconderme y sigo derecho y no me quito.
Anoche, después del cine decidí no ir a cantinear, caminé a mi casa y marqué los números que pensé podían ser de utilidad un viernes en la noche.
Cada número que marcaba era el rompecabezas de una aventura erótica que terminaba de embonar al aplastar el send, y si ese número estaba en mi directorio era porque el momento había valido la pena.
Siempre está la duda antes de enviarlo y cuando por fin te decides, inmediatamente después aparece frente a uno la lista virtual de los porqué no debiste haberlo hecho.
Soy -como toda la especie- una contradicción hecha carne.
Uno de los requeridos es la dulzura que llega a dejarte las manos pegajosas, el chicle que no puedes desprender de tu zapato en una tarde de agosto, la mirada tierna y el sexo con abrazos y caricias suaves, lentas, que terminan con una placidez que caduca cuando el codo estorba, la rodilla oprime o los besos post-coito empiezan a interrumpise por un bostezo.
El otro es la genitalización diciendo presente, somos dos hombres a unos genitales pegados, dos extraños que se comunican con sudor y saliva, que apenas decimos hola cuando estamos quitándonos la ropa y decimos adios con el Kleenex oliendo a semen, sin mirarnos a los ojos, con prisa.
Llego al departamento, me desvisto. Me lavo la cara y los dientes. Pongo el disco "Detrás del silencio" de la Toussaint, programo el despertador y tomo una revista en lo que me vence el sueño.
El celular no dice ni mú.
Tiene voluntad propia.
Si hablara me dijera: ¡Looooser!
Un bostezo.
Apago la lámpara.
Mañana será...
...otro día.
zzzzzzzzzzzz
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