Cuando era niño, ¿era feliz?
Supongo que sí, porque no recuerdo haberme hecho nunca esa pregunta y eso debe ser señal de algo.
¿Qué es lo que necesita uno para ser feliz en la infancia?
Olvidémonos por un ratito de la carta de derechos humanos de la niñez de la vapuleada Naciones Unidas., que yo no la ocupaba para jugar a las escondidas o al Carro, las canicas o las muñecas (trámite que tienes que pasar independientemente de tu orientación sexual si tienes primas como las mías).
El caso es que de niño no todo es más fácil pero uno tiene esa candidez que va perdiendo con la experiencia. Todo es porque tiene que ser, cualquier resistencia al destino es además de mal vista, inútil.
Creo que por eso entiendo -sin compartir, aclaro antes que me manden al MP- esa inclinación enfermiza de Michael Jackson por los menores.
Alguien que no está a gusto con su cuerpo ni con su color ni con su nariz (o falta de) y probablemente con su género no puede sino envidiar la promesa de algo aún por definir, un proyecto de ser humano, una página en blanco para escribir, como el Señor (dios o el que sea) en renglones torcidos.
Sin embargo, haciendo memoria, creo que uno de niño más que ingenuo es distraído. Ese mito de la ingenuidad no me lo quieran vender con celofán, porque uno puede ser igual o más perverso en la inconciencia que en cualquier otro estado. Y si a eso le agregas que siempre está la opción de apelar al papel de víctima que tan bien le combina a uno cuando tiene el cutis terso y un brillo angelical en la mirada, pues el numerito está hecho.
Pero a mi el papel de víctima ni de pequeño me gustaba, por eso pasé de ladito por el abuso sexual. Propuestas, he de presumir, no me faltaron, pero digamos que o no me llegaron al precio o de a tiro la tiranía adulta no mostraba su mejor cara y convertirme en esclavo sexual de algún pariente cercano no estaba en mis prioridades en esos momentos.
¿Qué hace uno en esos casos? Pues se conforma con los juegos sexuales con las primas: después de jugar a las muñecas, nosotros nos convertíamos en nuestros propios muñecos y nos daba más por desvestirnos que por vestirnos.
Así es la inocencia, un poco exhibicionista y tocona.
Luego ya en la adolescencia, aparte que el cutis se vuelve fatal con la revolución hormonal y tal, también se le aparece a uno el monstruo de la conciencia y la culpa y todo eso combinado con la calentura no hace un buen combo.
La adolescencia habría de prohibirse.
Yo si pudiera volver atrás igual y decidía empezar desde pequeño para pasar por ese trámite de acné y bad mood (aparte del pésimo peinado, que ocupa otro post) de una manera más relajada, dejando a las hormonas hacer su trabajo y dando a la inconciencia el lugar que se merece.
Ni hablar, como dice Cristina (la Oprah que nos merecemos): pa´trás ni p'agarrar impulso.
Aunque de seguro ella se refería a una balsa, pero ese es otro tema.
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